sábado, marzo 26, 2005

Cuando se quiere llorar...

El peor dolor que puede llegar a sentir un ser humano es aquel que va más allá del cuerpo físico. Es ése que toca, mejor dicho, destroza el corazón. Un dolor agudo, inevitable, uno que nos carcome el alma y nos paraliza. Llega un punto en el cual el sufrimiento nos ahoga, sentimos ansiedad, una terrible presión en el pecho, los latidos del corazón se aceleran: algo necesita salir a flote. ¿Qué pasa cuando ese algo no puede salir? Cuando nos duele tanto el alma que no podemos, por más que queramos, llorar o gritar. No existe algo peor, algo que desespere más que no poder desahogarse con el llanto.

Sólo la impotencia de no poder llorar se equipara con este sufrimiento. Y así, entre una lanza que destroza el corazón y la imposibilidad de llorar, o mostrar algún gesto de dolor, nos hundimos. Nos perdemos en una extraña sensación que, paradójicamente, nos impide sentir algo. Se nos es negada experimentar esa catarsis natural, ese “escape” que posee el ser humano. Es como si algo dentro de nosotros se pudriera, algo que nos mata lentamente y que nada de lo que hagamos puede salvarnos o acelerar dicho proceso. Es terrible no poder hacer nada… más doloroso aún, estar condenado a escupir estas líneas sin sentido que, al igual que todo, el tiempo se tragará…

lunes, marzo 21, 2005

La realidad: ¿Verdad o mentira?

Todos los seres humanos -querámoslo o no- hemos mentido en algún punto de nuestra vida. Ya sea diciendo alguna mentira "blanca" -como solían llamarse las mentirillas que uno decía en la infancia- o creando una enorme ficción que termina apoderándose de nuestra realidad; de forma premeditada o por accidentes, siempre tendemos a "omitir" la, dicho sea de paso, mal llamada verdad. El gremio de personas denominadas como "moralistas" ven el mentir como algo abominable. Otros -catalogados por el gremio anterior como "cínicos"-, ven la mentira como algo natural y casi cotidiano al igual que ir al baño, comer, hablar por teléfono, entre otras cosas.

Lo cierto es que, viéndolo desde cualquier punto de vista, la mentira es algo malo según todos. En la Biblia aparece como un pecado y hasta la ley -de cualquier país- castiga al que miente. La gente la ve con desprecio y es la antítesis de aquello que compone todas las relaciones humanas: la confianza. Pero... ¿Hasta qué punto podemos vivir sin mentir? Muchos, moralistas o no, podrían decir que nunca mienten, y justo allí, al hacer esa afirmación, esgrimirían la peor mentira de sus vidas. Por desgracia -o fortuna-, los mortales estamos condenados a expresarnos mediante la palabra; éste, nuestro mejor "vehículo" de expresión, es el primer culpable cuando queremos describir la realidad -otra palabra mal utilizada por todos-. Si lo analizamos bien, querámoslo o no, todos mentimos las 24 horas del día. Ahora, mientras escribo estas líneas y usted las lee, ambos estamos mintiendo de alguna forma al interpretar nuestro significado de cada palabra.

Los sentimientos, al igual que los seres humanos, son cambiantes. Un "te amo" que se pronuncia hoy no es remotamente similar al que se dice una semana después; el cariño inmenso que se le puede tener a un amigo, siempre, en algún punto, pasa por el odio y hasta la repulsión; allí está el problema, en esa manía enfermiza de los humanos por el absoluto. Las palabras, al igual que los números o cualquier otro invento, son absolutas; por eso, la mayoría de las veces, mentimos al usar términos absolutos para sentimientos que definitivamente no lo son. Nos hemos acostumbrado -mejor dicho, condicionado-, a vivir del absoluto, todo o nada, realidad o ficción.

¿Hasta que punto se puede ser sincero con alguien y, todavía más importante, con nuestro corazón? ¿Será posible amar a una persona sólo por un día, un instante o un beso? Son respuestas que nadie sabe pero que todos podríamos "sentir". Hay que dejar de mentirnos al pensar que todo es absoluto. El amor es puro y verdadero, pero, al igual que todos, cambia constantemente; pasa por momentos sublimes, carnales, triviales y hasta puede convertirse -así sea por segundos- en un terrible rechazo por el ser amado. Lo importante, al igual que todo en la vida, es no tener miedo a sentir. Sólo cuando sentimos experimentamos nuestra verdad. Cuando nuestro corazón palpita a mil por segundo, sentimos las llamadas "mariposas" y nos ponemos rojos es cuando ocurre, así sea por un instante, un "te amo" verdadero y absoluto. Puede que una palabra no contenga todo lo que uno sienta por una persona; pero un beso, una caricia o una mirada bastaran para ser realmente sinceros y plasmar la única verdad que existe: la del corazón.

"Porque todo cambia a casa instante que pasa, y lo que éramos hace un momento no lo somos más. ¿Somos, acaso, siempre la misma persona? ¿Tenemos, acaso, siempre los mismos sentimientos? Se puede querer a alguien y de pronto desestimarlo y hasta detestarlo. Y si cuando lo desestimamos cometemos el error de decírselo, eso es una verdad, pero una verdad momentánea, que no será más verdad dentro de una hora o al otro día, o en otras circunstancias. Y en cambio al ser a quien se la decimos creerá que ésa es la verdad, la verdad para siempre y desde siempre. Y se hundirá en la desesperación"
Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sabato

sábado, marzo 19, 2005

Vivir... ¿Obligación o derecho?

¡Por fin! Después de casi 2 meses de ausencia, estoy de vuelta. Antes que nada, pido disculpas a mis lectores por no poder actualizar el blog en tanto tiempo. Entre la falta de tiempo e inspiración sumado al ajetreo de la universidad me olvidé casi por completo, de éste, mi pequeño rincón. En toda esta ausencia he tenido miles de ideas para cientos de posts; así que seguro no me perderé de nuevo, o al menos no por un buen rato. Sin más que decir, los dejo con una reflexión que empecé hace más de un mes...

El mes pasado, gracias a mi querida prima Alejandra, pude ver "Mar adentro" el último film de Alejandro Amenábar. La película trata el controversial tema de la eutanasia a través de la historia de Ramón Sampedro, un marinero que, después de darle la vuelta al mundo, quedó tetrapléjico en un accidente. Sampedro fue el primer gallego en pedir públicamente una "muerte asistida" y luchó hasta su último aliento de vida por ello. Haciendo a un lado la excelente fotografía, la impecable dirección y la conmovedora banda sonora del largometraje; vale la pena ir a verla por la forma en que se aborda el tema de la vida y la muerte.

¿Hasta qué punto vale la pena vivir? Para muchos moralistas y optimistas "siempre hay que luchar por la vida" pero... ¿Qué clase de vida puede tener una persona conectada a decenas de aparatos y que nunca volverá a moverse? Y qué pasaría si esa persona fuese un famoso deportista que dedicó su vida entera a jugar; un ser humano que descubrió ese sentimiento de estar realmente vivo detrás de una pelota en un campo de fútbol. ¿No sería quitarle la vida el dejarlo "vivo"? Muchos sostienen que el suicidio es para cobardes, que es una solución temporal para un problema permanente, pero si una persona pierde por completo el sentido de su vida ¿Es justo obligarlo a vivir?

Ningún familiar, iglesia, país o ley en este mundo debería obligar a alguien a vivir, sobre todo ignorando el significado de la vida para esa persona. Desde que nacemos, lo primero que obtenemos es aquello que en la biblia llaman "libre albedrío". Esta especie de "propiedad" sobre nuestra vida es lo único que siempre se tiene y es absurdo que se nos quite cuando queramos ejercer el "derecho" de hacer con nuestra vida lo que sea. Es egoísta que muchas familias prefieran ver a un ser querido encerrado en un cuerpo incapaz de moverse o expresarse, conectado a decenas de aparatos, sólo por el hecho de "tenerlo allí". Es injusto que no se acepte la eutanasia en muchos países; todavía más inaudito que se le niegue una muerte digna a un tetrapléjico y que este tenga que disponer de su vida a oscuras, como si fuese un criminal.

Cuando nacemos, nadie nos pregunta si queremos venir aquí. Prácticamente somos arrastrados a este mundo lleno de dolor y sufrimiento sin nuestro consentimiento. Es absurdo que, cuando queramos salir de este caos, se nos pongan cientos de trabas y cuestionamientos sin sentido. Después de todo, ¿qué crimen es más abominable?: obligar a alguien a vivir una vida sin sentido o el concederle una muerte con dignidad.