domingo, noviembre 28, 2004

De la mente al papel

Creo que de las tareas mas difíciles que hay en este mundo -y lo digo sin exageración alguna- el plasmar lo que uno tiene en mente en el papel está de primera. Muchas veces en la vida de cualquier artista -sea escritor, pintor, músico- el gran problema que tiene, su mayor enemigo, es el no poder plantear todo lo que tiene en mente a su obra "real" o palpable. Es algo extremadamente frustrante -y me disculpo por usar el sufijo "-mente" ya que denota pobreza de vocabulario- el no poder escribir lo que se quiere, el no poder transmitir lo que se siente. Muchas veces el sentimiento de frustración que provoca esta sensación llega a tal punto que el artista -escritor en mi caso- se siente impotente y opta por dejar a un lado su obra y meditar. Una posible salida, también un posible camino a la nada. Ya que muchas veces el escritor se queda "pensando" y no hace nada, como bien diría un estimado compañero de vida "El camino del <<yava>> lleva a la plaza del nunca".

Así que éste, su humilde servidor, tiene que ocupar su mente en algo, debe despejarse para empezar a escribir su obra. Esto es una forma de hacerlo, compartiendo mis sentimientos con nadie -ya que este lugar no existe- o arreglando mi escritorio, intentando poner algo de orden al caos que tengo por vida. Ordenando mi sitio de trabajo espero resolver el dilema que tengo en mi mente: escribir o escribir.

Un escritor no es una simple persona; es varias, cientos, miles de ellas. Dentro de él viven cientos de historias que necesitan ser contadas, personajes que deben vivir, sentimientos que fluyen como el amor y el odio, la vida y la muerte, el bien y el mal; infinitas paradojas y dilemas yacen en la mente de quien escribe. Hoy puede ser un asesino en serie, mañana un pintor, pasado un humilde trabajador, pero siempre dentro de sus personajes hay algo, una semilla, una marca que los identifica como obras del mismo artista. Cada personaje, cada diálogo, cada instante en una novela es un momento de la vida del que escribe. Es una fantasía, una metáfora de su vida o un simple recuerdo. Lo bueno de tener ese "don" es poder librarse de los problemas en parte, cuando uno escribe se olvida de todo, vive en otro mundo, su mundo. En un lugar donde uno impone las reglas, donde se juega a ser Dios pero al igual que en la vida es un mundo donde se sufre y de disfruta. Muchas veces uno se compenetra tanto con una historia que la siente, la vive, llora con ella, rie con ella, vive por ella... Ahora sólo me queda recurrir a eso, a ver si consigo lograr una catarsis que me ayude a salir de este inmenso agujero en el cual me estoy hundiendo -concientemente- con cada segundo que pienso, con cada segundo que vivo en los recuerdos.

Después de un suspiro, un buen baño y algo de comer he decidido salir por ahí. ¿A que? A pensar, a vivir, a recordarme a mi mismo que tengo una historia por delante que escribir, un mundo por crear y un sueño que alcanzar. Algo cursi indeed, pero cierto, después de todo, escribir y ser así es mi única verdad.

Los recuerdos...

Al perder un ser querido, para ser más concreto, al perder un amor lo único que duele mas allá de la perdida son los recuerdos. El máximo verdugo, el más doloroso suplicio que un ser un humano puede soportar es lidiar con los recuerdos. Pensar en esa persona amada, los momentos a su lado, sentir su piel, oir su voz; sentirla por un momento tan real, tan cerca pero saber que ya no está es una punzada directo al centro del corazón. Un dolor indescriptible con palabras, inevitable con medicinas, insoportable para la mente y venenoso para el corazón.

El amor, ese elíxir que nos da la vida pero que siempre nos la termina quitando. Ese sentimiento que una vez nos hizo vivir ahora nos mata poco a poco. Termina siendo una enfermedad que dos personas padecen, pero siempre al final una sola es la que muere infectada por ella.