sábado, octubre 01, 2005

¿Quién jala el gatillo?

¡Hola a todos! Aunque estoy en pleno rodaje del cortometraje y cada vez tengo menos tiempo para mí, decidí hacer un esfuerzo sobrenatural para terminar el post que tenía desde hace semanas pendiente. Ya saben que no me gusta vivir de puras citas y, en teoría, tengo este blog para obligarme a mí mismo a escribir algo decente al menos una vez por semana; por todo esto mi remordimiento de conciencia no me dejó dormir y me obligó a sentarme acá a terminar lo que empecé días atrás...

Como todos sabemos, las relaciones humanas son complejas y nosotros las hacemos aún más difíciles. Desde amigos hasta novios; cada vez que dos personas se juntan siempre existe una especie de ligamento -a veces extraño, otras no- que las mantiene unidas. La esencia del mismo puede ser cualquier cosa. Todos hemos visto como sentimientos tan dispares como el amor y el odio pueden unir a dos personas; esos casos donde la chica es perfecta y, por alguna extraña razón, no se separa del chico que le monta cachos y barre el piso con ella. Sería inútil buscarle un por qué a esas relaciones: su explicación está en un nivel sentimental que no entiende lógica.

Para nadie es un secreto que somos, en mayor o menor medida, egoístas por naturaleza; dicha afirmación es un hecho totalmente comprensible por ese instinto de protección que tenemos, eso que nos frena a dar mucho y ponernos en peligro de ser heridos. Cuando nos enamoramos -con todo nuestro corazón, mente y alma- el egoísmo desaparece; nos quedamos sin barreras ni defensas y, justo en ese instante, nos convertimos en los seres más vulnerables sobre el planeta.

El problema reside en que, de un tiempo para acá -y no soy el único que lo dice-, las relaciones entre las personas, sobre todo del tipo amoroso, se han vuelto más difíciles de lo que eran antes. ¿Razones aparentes?, podría citar decenas. Las más sonadas serían la falta de compromiso -actitud que está en boga últimamente-, el miedo a ser herido o dar demasiado y, la favorita de todos, la desconfianza por el género masculino o femenino -depende del caso, claro está-.

"Todos los hombres son unos perros y todas las mujeres son unas regaladas", se han vuelto frases habituales en nuestro día a día ¿Por qué tanta desconfianza hacia el sexo opuesto? Cuando dos personas establecen una relación, por cientos de factores internos y externos, siempre tienden, en algún punto, a hacerse daño. El problema viene en que últimamente la gente se está haciendo más daño que antes. Las relaciones se han vuelto una especie de guerra: mi pareja me hace la vida de cuadritos pero yo se la hago peor; es como una prueba de resistencia y aquel que sufra menos -o que pisotee más al otro- es el que gana.

Luego de esa batalla campal, el derrotado -a veces sin siquiera tomarse un tiempo para recuperar energías- entabla otra relación... otra guerra que sin duda alguna va a ganar. Ese soldado herido, una vez que ha sido pisado e insensibilizado, tiene como siguiente objetivo pisar y destruir a alguien, repetir esa conducta, esa estrategia con la que lo hundieron; sólo así el derrotado puede sonreír de nuevo, vengándose de un inocente -o de otro combatiente-, alimentando ese circulo de guerras sustentadas bajo el axioma de "Si te hicieron sufrir, tienes derecho a hacer sufrir" ¿Es que acaso el dolor nos da licencia para destrozar a otros?

¿Qué ganamos con esa malsana competencia de ver quién resiste más? La seducción no queda atrás, ha pasado de ser el arte de conquistar a otra persona ha convertirse en una especie de subasta donde los concursantes, en vez de dar su mejor apuesta, se atacan dando demostraciones cada vez más fuertes sólo para intimidar a su competidor; así, en esa constante lucha dejan de seducirse entre sonrisas para hacerlo con apuestas obscenas, carentes de cualquier sentido, todo con el único fin de "ver qué puede pasar" -otro modismo que no puede omitirse en nuestra jerga diaria-.

Todos hemos sufrido en esta vida. Cada uno de nosotros ha sido dañado en algún punto; puede que unos más que otros, pero nadie, lastimosamente, puede escapar de sufrir en este mundo. El problema es que el dolor no nos da derecho a destruir la vida de otra persona. El ser engañado no me da permiso a engañar a otros; si te hieren y tú respondes dañando a otra persona... ¿cómo pretendes detener este círculo vicioso de dolor en el que todos estamos metidos? Si una vez alguien fulminó tu corazón aniquilándote por completo... ¿serías capaz de jalar el gatillo y destrozar a alguien? Si seguimos dañando a la gente, jalando el gatillo a diestra y siniestra, nada en este mundo va a mejorar, al contrario, nos sumiremos en una guerra que terminará destruyendo lo más bello que tenemos: el amor.