jueves, junio 25, 2009

Confesión

De lo perdido, de lo irremediablemente
perdido, sólo deseo recuperar la disponibilidad
cotidiana de mi escritura, líneas capaces
de cogerme del pelo y levantarme cuando mi
cuerpo ya no quiera aguantar más.
Roberto Bolaño, Amberes

... y así se supone que comienza el libro que todos los días me rehuso a comenzar a escribir. Cuando abrí este espacio lo hice con el único pretexto de obligarme a escribir "algo" a diario. Luego el asunto fue semanal. Ahora casi mensual. Contrario a lo que debería esperarse, mi escritura personal e íntima es casi nula. Me he ido convirtiendo en una simple funcionario más (en todo el sentido kafkiano de la palabra) y cada día me estanco un poco, lento pero seguro, en la puta rutina que parece tragarse todo (el arte, la belleza, los amigos, los amores, los recuerdos y los sueños). Todos los días me aferro a los libros y las películas, como si únicamente el consumo del arte pudiese salvarme de este abismo. "La formación es importante", me repito como un mantra para no enloquecer, para no sentirme completamente desligado de mí mundo. Las ideas fluyen a borbotones, tenía años sin tantos temas u obsesiones por escribir, pero el tiempo (el puto tiempo que enloqueció a Proust) se encarga de destruirlo todo con su despiadado tic-tac. Lo peor es que el único culpable soy yo, él que pone todo por encima del arte siempre he sido yo.

Al final de cuentas, todo termina resumiéndose a un acto de fe: el artista, por más novato e incauto que sea, debe creer y sentir que es un artista. En el primero momento en el que comienza a dudar de sí mismo, todo está perdido. Cuando digo que debe creerse artista no me refiero a esos charlatanes que viven con el ego en las nubes -esto empeora las cosas-, el ego es una promesa de éxito sin suelo y únicamente promueve la destrucción prematura del creador. Me refiero a ser artista más que creer serlo. Un verdadero artista vive por y para el arte, una persona que se cree artista pretende vivir así. Esto -por lo general- no requiere de esos sacrificios que muestran las películas o en las biografías de ciertos autores ("era pobre, vivía debajo de un puente y escribía compulsivamente hasta que un día la suerte le sonrío"). Lo que se pide es un mínimo de respeto por la profesión. Un médico se dedica X cantidad de horas al día a su labor, por eso es un médico. Si sólo repitiera a todos que es médico y ejerciera un par de horas, una vez al mes, sería un charlatán (además, la calidad de su trabajo sería sumamente dudosa). Lo mismo sucede con el artista. No se puede ser escritor sin escribir.

Olvidando las vueltas que doy para exponer el tema, todo podría resumirse a una sola palabra: compromiso. Tenemos el caso de M., por ejemplo. M. sabe que debe cumplir con su trabajo o pueden prescindir de él, por eso se lo toma en serio. En cambio, el arte siempre puede esperar (al menos eso cree él). He allí el peor de los males. El problema se extiende todavía más: en el entorno de M., todos le dan demasiado peso al trabajo. Por ejemplo, es completamente válido que M. se amanezca trabajando para Z., que no almuerce porque tiene presentación con X., que no vea a sus amigos por un viaje relacionado con aquel negocio de W. Pero es inadmisible -tanto para M. como para todo su entorno afectivo y familiar- que M. se trasnoche dedicado a su arte, que actúe como un verdadero artista. Claro está, a todos les le encanta repetir -con orgullo y con la frente en alto-: "M. es un artista". Por supuesto, M. sólo puede bajar la cabeza, sonrojarse, negar su condición no ganada, sentirse como un impostor e irse dando tumbos.

La gente cree que el artista debe dedicarse a su labor durante un horario ridículo: 1 o 2 horas al día. Que en esa ínfima suma de tiempo debe crear algo hermoso y que debe ser reconocido por ello inmediatamente. Cuando, en realidad, el artista es lo más parecido a un apostador: entre más pasa el tiempo, más tickets para la lotería compra y, tal vez -y sólo tal vez-, puede que algún día acierte con su apuesta. Nada está por sentado en el arte. Pocas personas pueden entender esto. Al final, la responsabilidad y el compromiso sólo dependen del artista. Si el no se compromete con su labor nadie lo hará por él. El arte no puede resumirse a un horario de oficina, mucho menos, cual rutina de ejercicio, a 1 o 2 horas diarias: el arte siempre está al acecho, puede exigir 5 minutos a la medianoche -como el trance de un poema- o 6 horas para dar vida a un cuento.

Por eso he decidido rebautizar el tagline de Blue Fields. Intentando realizar un acto de buena fe, compromiso y a forma de rebelión contra mí mismo (mejor dicho, contra el yo que me he impuesto de forma insconciente). Tan grande ha sido mi nivel de resistencia que vengo a publicar esto 2 días después de escrito, como si una fuerza sobrenatural se encargara de alejarme de lo que más amo: la escritura. Que me perdonen los grandes por mi cobardia y falta de constancia y que a su vez me guíen por este delicioso camino que a veces suele torturar.