miércoles, julio 11, 2007

¡Feliz cumpleaños querido Marcelo!

¿Qué tan importante podría ser el legado de un escritor gay, hipocondriaco, obsesivo y mundano que se encerró en una habitación forrada con corchos a escribir 13 años más de 4000 páginas autobiográficas que casi nadie se toma la molestia de leer? Hace unas cuantas horas atrás, ayer, 10 de julio, se cumplió el natalicio de un personaje que cambiaría la historia de las letras para siempre: Marcel Proust. Su obra cumbre, En busca del tiempo perdido -una extensa novela compuesta de 7 tomos- lo convirtió, para muchos, en el escritor más importante del siglo XX.

Aunque hace exactamente un año me embarqué en el lectura de En busca del tiempo perdido, todavía no he terminado con la obra. Inicialmente, para esta fecha ya debería estar celebrando el fin de mi año proustiano, pero el tiempo -si, ese bendito enemigo que nos acecha y cuya obsesión comparto con el escritor- aminoró el paso de mi lectura dejando un saldo negativo de 2 novelas pendientes. Ya atravesé mas de la mitad del camino y lentamente me invade la melancolía de no querer terminar nunca las 900 páginas que me quedan por devorar. Estar dedicado todo un año a un autor que relata su vida puede crear un nivel de apego tan grande como el que se puede sentir por un amigo que se muda a vivir con nosotros.

Pudiese escribir un libro entero hablando de Proust, pero me niego a teclear mi ensayo/reseña/crítica hasta que no termine con todas sus novelas. Sí redacté estas escuetas líneas fue para recordar su cumpleaños y picarles con el gusano de la curiosidad. Puede que suene monstruoso leer algo tan largo, pero En busca del tiempo perdido es tan adictiva como cualquier videojuego, chocolate o serie de televisión. A pesar de narrar la vida mundana de Francia a finales del siglo XIX, las cuestiones que plantea el autor (la vida, el amor, los celos, el arte, el placer, los viajes y el tiempo) son tan universales que, sin menor duda, cualquiera que lea a Proust cambiará por completo su forma de ver las cosas; una vez que termine con él intentaré probárselos... ¡se los aseguro!


PD: En casi 4000 páginas narradas en primera persona, Proust nunca menciona su nombre. Sólo hace alusión a él en unas líneas de la quinta novela (Al recuperar la palabra, decía: "Mi" o "mi querido", seguidos uno y otro de mi nombre de pila, lo que, dando al narrador el mismo nombre que el autor de este libro hubiera sido "Mi Marcelo", "mi querido Marcelo") de allí el título de este post.

jueves, julio 05, 2007

La elíptica calidad frívola

El primer largometraje de Eduardo Arias-Nath narra de forma paralela y atemporal la historia de Sebastián Castillo (Edgar Ramírez) y Galo Vidal (Erich Wildpret), dos amigos que se encuentran en la cúspide -y declive- de sus carreras. Bajo una estética vanguardista, y apadrinada por la 20th Century Fox, Elipsis se vende a sí misma como la película inteligente que jamás pudo ser.

Un guión desordenado y artificioso apuesta al juego sucio de los dobles espejos para desconcertar al espectador y despertar interés en una historia carente de sentido. El valor literario del film es inexistente, su esencia está plagada de diálogos desabridos, groserías innecesarias, personajes superfluos y situaciones inverosímiles. Su construcción anacrónica no puede justificarse a sí misma y la resolución del conflicto que propone parece un chiste de mal gusto.

Las actuaciones son completamente planas, todos los intérpretes se limitaron a repetir sus líneas –que eran pobres per se- sin ninguna clase de emoción. Edgar Ramírez no hizo justicia a la fama que le precede y Erich Wildpret le imprime un poco de fuerza a un personaje incongruente cuya condición homosexual parece un antojo del guión. Por si fuera poco, y por mero capricho estilístico, casi todas las escenas están abarrotadas por las luminarias de la farándula del país ejerciendo el humilde papel de extras. Sin duda alguna, la sensación fue Coyote (Seu Jorge), el único personaje creíble de toda la absurda trama.

Pero no todo estuvo perdido. La fotografía del film es memorable, Alejandro Wiedemann hizo una manejo excelente de la iluminación y cuidó la profundidad de campo en cada toma. Este acierto también debe atribuirse a la impecable dirección de arte que, con sus decorados llenos de detalles y a veces minimalistas, cumplió con los cánones que exige el grabar en video. La música no se queda atrás, el audio de la película estuvo a la altura de la producción. En líneas generales, el maquillaje y efectos especiales lucieron acordes con la propuesta visual del largometraje (aunque la marca en la frente de Sebastián dejó mucho que desear).

El ritmo trepidante que el director le imprime a la película durante sus primeros minutos va decayendo lentamente. Las elipsis, principal atractivo visual del film, terminaron destruyéndolo. La masturbación intelectual de Arias-Nath –escondida bajo diálogos forzados y una propuesta visual que le quedó grande- llega a su punto cumbre cuando dedica una escena exclusivamente para hablar –y explicar-, en boca de Galo, su primer cortometraje. A pesar de sus errores, Elipsis fue buen intento por hacer un cine diferente en Venezuela. Concentrado en una estética Hollywoodense y un guión nefasto, Arias-Nath olvidó algo que sus predecesores –carentes de tecnología y comercialización- nunca han omitido: más vale fondo que forma. Después de todo, la verdadera fuerza del séptimo arte reside en las historias que son capaces de mover al espectador y al mundo.

PD1: Si, una vez más, soy bastante ácido. La primera vez que vi la película me gustó (salvo su final... inexplicable, claro está), pero a la segunda proyección se me hizo insoportable. Como la reseña de 13 segundos, esta crítica fue para una asignatura de la universidad.

PD2: Nolo me pidió que hiciera algo de publicidad al nuevo y sofisticado servicio (del cual soy un orgulloso y feliz usuario) que está promocionando:



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