sábado, marzo 26, 2005

Cuando se quiere llorar...

El peor dolor que puede llegar a sentir un ser humano es aquel que va más allá del cuerpo físico. Es ése que toca, mejor dicho, destroza el corazón. Un dolor agudo, inevitable, uno que nos carcome el alma y nos paraliza. Llega un punto en el cual el sufrimiento nos ahoga, sentimos ansiedad, una terrible presión en el pecho, los latidos del corazón se aceleran: algo necesita salir a flote. ¿Qué pasa cuando ese algo no puede salir? Cuando nos duele tanto el alma que no podemos, por más que queramos, llorar o gritar. No existe algo peor, algo que desespere más que no poder desahogarse con el llanto.

Sólo la impotencia de no poder llorar se equipara con este sufrimiento. Y así, entre una lanza que destroza el corazón y la imposibilidad de llorar, o mostrar algún gesto de dolor, nos hundimos. Nos perdemos en una extraña sensación que, paradójicamente, nos impide sentir algo. Se nos es negada experimentar esa catarsis natural, ese “escape” que posee el ser humano. Es como si algo dentro de nosotros se pudriera, algo que nos mata lentamente y que nada de lo que hagamos puede salvarnos o acelerar dicho proceso. Es terrible no poder hacer nada… más doloroso aún, estar condenado a escupir estas líneas sin sentido que, al igual que todo, el tiempo se tragará…