jueves, agosto 02, 2007

La eterna incognita

Conocerse a uno mismo es una tarea sin fin. Aunque estemos sumidos en una rutina perpetua, eventualmente, el Destino nos cambia de escenario haciendo que afloren en nosotros sentimientos y pensamientos totalmente nuevos -y, en muchos casos, contradictorios a los iniciales. Puede que manejemos un código moral específico (matar, robar y engañar es malo), pero nunca sabemos cuando tendremos que romper de raíz con él y reescribirlo.

"¿Quién se conoce a la perfección?", es una pregunta netamente retórica que lleva al vacío. Podemos intuir -con determinado nivel de seguridad- que haríamos frente a muchos dilemas, pero siempre la reacción estará supeditada a ese momento donde el presente se expande hasta detenerse y la acción brota de nosotros, casi inconscientemente. Como esa viejita cobarde que no se inmuta cuando golpea al ladrón que intenta robarla, todos estamos condenados -o benditos- a estar limitados por un contexto para conocer ciertas áreas de nuestros corazones.

Si es imposible terminar de conocernos como a una canción, ¿qué nos queda para los demás? Podemos conocer cierta maña de un amigo, los gustos de una novia o las manías de nuestros padres, pero siempre existe un margen, sea enorme o estrecho -pero profundo como un abismo sin fin-, de reacciones, sentimientos o sueños que desconocemos de las personas que nos rodean. Esta sorpresa no tiene porque ser desagradable, aunque las frases "no te conozco bien" o "tú no me conoces" suelen asociarse con el lado malo de la gente, la perenne intriga que rodea nuestros corazones suele ser tan interesante como la condición trágica del humano per se.

Sabato dijo una vez que todos somos como una suerte de piano y cada persona toca en nosotros una tecla diferente; yo agregaría que hay miles de situaciones y pasiones que pueden tocar en nosotros teclas nuevas -o conocidas- creando acordes insospechados dentro de nuestra partitura habitual. Más allá de conocernos, lo importante es comprender lo poco que sabemos de nosotros mismos y de los demás (ya que el conocimiento y la comprensión no tienen porque ir siempre de la mano), sólo teniendo conciencia de nuestras reacciones y acciones tendremos una especie de maestría en la difícil ciencia de conocerse a uno mismo.


"Y así fue ella la primera que me dio la idea de que una persona no está, como yo había creído, clara e inmóvil ante nosotros, con sus cualidades, con sus defectos, sus proyectos, sus intenciones respecto a nosotros (como un jardín que está uno mirando, con todos sus arriates, a través de una verja), sino que es una sombra en que jamás podremos penetrar, para la cual no existe conocimiento directo, tocante a la cual nos forjamos numerosas creencias con ayuda de palabras e incluso de acciones que, tanto unas como otras, sólo nos dan informes insuficientes y, por lo demás, contradictorios –una sombra en la que podemos alternativamente imaginarnos con tanta verosimilitud que brillan el odio como el amor"
El mundo de Guermantes,
Marcel Proust