viernes, abril 01, 2011

Apologías y tribulaciones de un viajero

Siempre me han emocionado los viajes. La idea de estar en otro sitio completamente diferente al habitual -así sea sólo por un par de días- me parece una excusa particularmente atractiva para escribir. Antes, el irme de viaje significaba perderme del mapa. Hoy, para bien o mal, gracias a la tecnología (blackberry, Wi-Fi) esa idea de "irse" es cada vez más difícil de obtener. La comunicación es un vínculo cada día más reacio a dejarnos, a cada momento salen nuevos adelantos que nos hacen más complicados alienarnos. Es como si nuestro celular fuese un Aleph en el que podemos perdernos, pero donde todos nos podrán encontrar siempre.

Aunque estoy fuera de la ciudad por un viaje de trabajo (con una mecha bastante ruda), disfruto todo como si fuese un niño pequeño. El viaje en autobus, el olor del hotel, el frío de los pasillos, una cafetera en el baño, abrir la habitación con una tarjeta, ser tratado como "alguien importante", la amabilidad de los desconocidos, la cama enorme y esa sensación de ser grande (véase: adulto). Todas estas escenas siempre se me antojan irreales, lo mismo que el bautizo del libro o ir a reuniones con clientes: todo se veía tan lejano, cuando sea grande haré tal cosa y resulta que el futuro es ahora. Es una mezcla complicada de emociones, como diría mi mejor amiga @So_Rodriguez "es como estar en la cola para montarse en la montaña rusa". Tenemos miedo, estamos emocionados y cuando por fin sucede ni siquiera podemos describir a ciencia cierta qué sentimos... algo así son mis días de trabajo. Lo bueno de llevar una vida free-lance es que cada trabajo es algo completamente diferente, vives en un estado de novedad perenne, eres tu propio jefe y dependes de cómo sople el viento... como decía Mario Santiago: vivir sin timón y en el delirio. Hay días caóticos, semanas muertas, épocas donde puedo pagar mis tarjetas de crédito y otras donde debo vivir de ellas. Con sus pro y sus contra, me gusta vivir así: vivir el sueño, vivir en una constante apuesta, caminar con los ojos vendados y confiando en que cada paso es el correcto (sin saber siquiera cuál es el camino, pero si teniendo claro a dónde quiero llegar).

Comparto mi habitación con un desconocido (bastante amigable, aunque ronca). Son las 2am. Debo despertarme en 3 horas. Me hace falta leer mi poema diario antes de dormir. Siento que esta será una noche larga, pero toca hacer de tripas corazón. Hoy utilicé el Executive Room del hotel para revisar mi correo and stuff. Es un salón que parece una sala de reuniones, tiene un reloj (cuyo tic-tac me sacó de mis cabales) y un baño unisex. Por un segundo hice conciencia de ello: ya soy adulto, estoy de viaje por una pauta, estoy usando el Executive Room y me ven como alguien serio que realmente necesita usar el Executive Room. Mi filosofía de vida es algo parecida a este evento: tal vez mañana sea un rock star y me fastidien los hoteles, pero hoy me gusta descontextualizar las escenas que vivo, sentirme un rock star y disfrutar de ello como un evento único e irrepetible. Es algo tonto, pero amo esta clase de detalles y amo amar estas tonterías. Si algo le puedo pedir a Dios es que nunca pierda esa capacidad de verlo todo con emoción, como un niño pequeño, el día que pierda esa magia creo que ni yo mismo me voy a poder soportar (y mucho menos el rock n' roll que llevo por vida).