viernes, febrero 09, 2007

Crónica de un cuarto vacío

La palabra mudanza siempre tuvo para mí matices de irrealidad; llevo 17 años viviendo en el mismo edificio y en un apartamento tan inalterable como el pasar del tiempo. El imaginar una vida diferente (sin la bodega de al frente, sin la panadería de la esquina y sin los vecinos con los cuales no hablo -pero que forman parte del edificio al igual que el ascensor o las escaleras-, el plantearme llegar a otro estacionamiento y saludar a un vigilante diferente), es como pintarme en un cuadro surrealista. Hoy, acabo de descubrir algunos sinónimos que ignoraba de la famosa palabrita inexistente para mí. Al experimentarla, terminó traduciéndose en una suerte paradoja: alegría y tristeza, pasado y futuro, melancolía y esperanza. Dualidad presente en los mejores y peores -valga la dualidad, una vez más- sentimientos humanos...

Es rarísimo vaciar lentamente un apartamento que ha estado lleno de cosas por tantos años. Parece impensable deshacerse de esa mesita inútil cuya presencia, ahora que no está, cobra una importancia vital para el libre funcionamiento de todo. De igual forma, el calor insoportable que reinaba, ahora es reemplazado por un frío, casi sepulcral, que hace imposible la convivencia con los pocos muebles que quedan. Cajas van y vienen: libros, juegos, películas, papeles, más libros y juguetes esperan en suspensión criogénica de cartón para iniciar su nueva vida. Los objetos inservibles y muebles desgastados nos miran, sollozando, implorando no ser regalados o sacrificados; todo en la casa parece querer reencarnar en el nuevo hogar.

Gradualmente se comienzan a desdibujar los contornos del antiguo hogar. La convivencia se hace insoportable con las paredes vacías y el eco que atormenta al maximizar y repetir cualquier ruido. Ya no hace falta caminar con cuidado entre los muebles y adornos; ahora, hay un espacio tan grande que se comienzan a extrañar a esa silla con la que siempre tropezábamos en la penumbra y que servía de guía para llegar hasta la cocina.

Obviando lo general (la sala sin muebles, el baño con repisas vacías o la cocina sin cocina), lo más duro de la mudanza es cuando se debe vaciar el cuarto. Lentamente, día a día, se van sacando aquellos objetos inanimados que, paradójicamente, le daban vida: la cama donde tanto se soñó, la silla que servía para leer, la biblioteca que guardaba cientos de historias leídas y por leer, la mesita de noche que servía de deposito para revistas y películas. Los recuerdos se pasean como nunca, felicidad, tristeza, vida, muerte, amigos, amores, familia, música, anécdotas, momentos inolvidables; el mudarse es el mejor ejercicio de memoria que puede existir... ¿Cuántas cosas pueden contener 4 simples paredes? Despedirme de ellas es como dejar atrás una vida entera, casi como volver a nacer.

Los cambios siempre son buenos y más cuando se trata de una mudanza. No todo es melancolía, el comenzar de cero -organizar el espacio en función al presente, comprar ese mueble que no cabía en ningún lado o guindar ese cuadro que por tanto tiempo se guardó -, tiene sus ventajas. Emoción, expectativa, proyecciones a corto plazo y una renovada vida por delante le esperan a los apartamentos. Sólo espero que el heredero de mis 17 años de recuerdos sepa sacarles provecho a estas paredes que por tanto tiempo fueron parte de mi vida. Por mi parte, tengo tantos planes para mi nuevo hogar que de sólo pensarlos una sonrisa borra los restos de nostalgia en mi rostro...

¡Nos leemos en mi nuevo hogar!


PD: no huyo del país, sólo me mudo a otro municipio =p.