miércoles, julio 27, 2005

En la noche...

En un par de días -este 29 de julio- cumplo años. Soy de las personas que les pega una especie de depresión "pre cumpleaños"; cada vez que pasa un año más en mi calendario, hago un balance de todo lo que hice y deje de hacer, este año, el saldo está a mi favor. Aunque el futuro se ve más alentador que mi pasado, no puedo dejar de sentirme mal. Es increíble como una simple derrota puede opacar todas las victorias obtenidas... Quería hablar de muchas cosas hoy, temas que seguro tocaré tarde o temprano. Ningún ensayo, ningún post podría definir como estoy. Lo único que, remotamente, se acerca a lo que siento es este pedacito de mi novela. Empezó siendo un párrafo, pero una vez que lo copié acá le agregue muchas cosas hasta convertirlo en este "gran" fragmento, que, después de todo, no forma parte de nada. No pretendo que lo disfruten, mucho menos que lo lean entero, sólo necesitaba escribirlo. Como diría Eduardo Liendo, "No escribimos la novela que queremos, sino la que podemos".


Un rayo iluminó mi cuarto y un estruendo sacudió mi cuerpo; me despierto sudando. Haciendo las sabanas a un lado, llevo mis manos a la cara; empiezan a brotar lágrimas de mis ojos: una vez más, maldigo mi existencia -si es que a este estado entre la vida y la muerte se le puede llamar así-. Es medianoche, todo está completamente oscuro. A cada instante un rayo enciende mi habitación, mostrándome la puerta de salida, enseñándome por donde debo huir.

Las sombras, esos terribles fantasmas que me persiguen, no paran de acosarme. Reviven mi amor perdido en cada sueño y lo repiten una y otra vez en una morbosa sucesión que no para de dañarme y quitarme la vida a cada instante. Ya no quiero dormir, simplemente no puedo dormir más. Cada vez los sueños son más nítidos y reales, convirtiéndose ellos en mis mayores verdugos. Cierro los ojos y estoy a su lado: sintiendo sus labios, captando su delicioso olor y escuchando su delicada risa. Me levanto de la cama y dando tumbos salgo de mi cuarto. Cierro los ojos y tapo mis oídos, tropezándome con todo, bajo por las escaleras y atravieso la biblioteca. Siento estantes y mesas golpeando mis piernas y brazos; hilos de sangre recorren mi cuerpo casi desnudo. No siento el dolor físico, sólo hileras de calor que caen de mi cuerpo como suicidas de un risco.

Fuera de mí, salgo a la calle. Un dolor indescriptible oprime mi pecho. Algo peor que la tisis, más doloroso que cualquier enfermedad jamás sentida por el hombre. Es una espada que, atravesando mi pecho, llega hasta mi corazón para destrozarlo. Puedo sentir su acción sobre mí. No paro de llorar, mucho menos de dejar de cubrirme con mis manos. Mi alma está desgarrada, mi corazón despedazado; ella, la que alguna vez le dio vida, hoy se encargó de quitársela. Caigo en el suelo, no para de llover. Las calles están vacías, todos huyen de la lluvia: escapan de la limpieza. Yo soy diferente. Me retuerzo en el suelo, abro mis brazos y miro al cielo esperando una respuesta. Maldigo a Dios, maldigo al amor, a mi propia existencia, maldigo a este maldito mundo que sólo me ha hecho sufrir.

Quiero limpiarme, que el agua entré dentro de mí y se lleve toda esta suciedad que me carcome a cada instante; que lave su recuerdo, que purifique mi sangre y mi alma de tantos coágulos, de tanto dolor. La tempestad arrecia, las gotas dejan de ser caricias sobre mi cuerpo y se convierten en pequeños vidrios que se estrellan a toda prisa sobre mí. Siento pequeñas astillas clavándose en mi cuerpo, atravesándolo. Cada trozo es un recuerdo, un momento que revivo en fracciones de segundos. Así, en un instante, vivo una y otra vez nuestra historia. Me arrodillo en el suelo y golpeo mi cabeza contra el suelo empedrado. Quiero que se acaben las sensaciones, que el tiempo se detenga y que los recuerdos se pierdan. Me levanto y casi arrodillado corro a toda prisa, intentando huir de este laberinto sin salida.

Corro desesperado, atravesando las calles empedradas de este maldito pueblo que destruyó mi vida. Sin pensarlo, miró hacia atrás y, como era de esperarse, allí está ella: hierática, sonriendo con morbosa complacencia, deleitándose con mí huida. Siempre es en vano, por más que corra, nunca podré escapar de su recuerdo. Llego a un precipicio y me detengo, sin embargo ella avanza hacia mí. La miro a los ojos, suplicándole que me deje en paz, que deje de perseguirme. Ella sonríe y acaricia mi rostro; en un instante nos fundimos en un beso apasionado, uno de esos que nunca más, nunca más, se repetirán. Acto seguido, con una sonrisa perversa, me empuja hacia el precipicio. Sin mover un sólo músculo caigo, me pierdo en el vacío, poco a poco dejo de ver su tez pálida contemplándome desde lo alto. Un estruendo sacude mi cuerpo, me despierto sudando. Las gotas golpean los vidrios obligándome a despertar. Llevo mis manos a la cara y empiezo a llorar una vez más, maldiciendo otro escape fallido, maldiciendo mi fútil existencia...

Fragmento de "Las plumas del cuervo", Luis Bond

miércoles, julio 20, 2005

¿Tolerantes o acostumbrados?

¿Qué tan podrida está la sociedad? Ésta es una de las interrogantes, sin respuesta -vale la pena acotar-, que se plantean en nuestro nuevo siglo. Aunque, en teoría, hemos "evolucionado" y "progresado" -si es que puede hablarse en estos términos-, el hombre ha llegado a un estado de decadencia deplorable. Podemos viajar a Marte, clonar gente, Internet inalámbrico en todos lados, celulares que te hacen la tarea, pero... ¿de qué nos sirve tanto "avance" si actuamos como dementes? Nos hemos enloquecido con tanta tecnología, filosofía barata y con todo este falso progreso. ¿Los culpables?, nosotros mismos. ¿Razones?, una falsa tolerancia que se ha vuelto costumbre.

Desde que entramos en el siglo XX empezamos a confundir términos: el diálogo con la retórica, el progreso con la evolución, la guerra con la paz, pero, sobre todas las cosas, la tolerancia con la costumbre. Hagan un ejercicio, todos los días o una vez a la semana -depende de su nivel de "sensibilidad"- prendan la tele y vean Al rojo vivo o Primer impacto, sino, abran el periódico en la página de sucesos y échenle un vistazo. Encontrarán muertos por doquier. No hablo de guerra, mucho menos de crímenes comunes -si se puede utilizar dicho adjetivo para un crimen-; me refiero a un pandemonium, al Apocalipsis. Me atrevo a decir que el infierno es nuestro día a día.

Un padre viola a su hija y mata a su esposa; Brad Pitt sale con Nicolle Kidman; violador de niños es buscado por la policía; clonaron a un ejército completo en Rusia; asesino en serie de ancianas huye de nuevo; estudios descubren que el chocolate causa acné; linchan a ladrones en algún pueblo de Perú; vuelve la locura de las faldas a Londres; consiguen descuartizado el cadáver de una mujer embarazada; se invierten 1000 millones de dólares para viajar a Marte; mueren miles de niños en África a diario; padre de familia mata a sangre fría a su hermano; los videojuegos causan adicción en los niños; mueren más inocentes en Irak; Bush gana las elecciones de nuevo.
Bienvenidos a nuestra realidad, esto es lo que somos.

Nos hemos acostumbrado a escuchar crímenes y vivir entre ellos. Lo peor es que hemos permitido todo eso, lo toleramos. Dejamos que los crímenes se repitieran, que la justicia se perdiera y que el "sistema" -creado por nosotros mismos, vale la pena acotar- no funcione. Maldecimos a la policía, maldecimos los gobiernos, maldecimos a la humanidad, pero olvidamos que nosotros somos los culpables. Entre más avanza el tiempo, más organizaciones en "pro" de la paz y la justicia se crean; más parlamento, más diálogo, misma basura. Nadie hace nada, y todo se va perdiendo.

El arte, una de las pocas expresiones nobles que nos quedan, también se ha corrompido. En cualquier espacio de "arte y espectáculos" le dedican más páginas al supuesto romance de los protagonistas de cualquier film que a la película en sí. Se meten en la vida privada de un escritor, la destruyen, lo satanizan, pero nunca reseñan ni un párrafo de su nuevo libro. Nos importa más la vida de un creador que su obra. ¿Qué importa si fulanito canta bien?, lo que vende es que se haya acostado con la esposa de tal. Nosotros hemos prostituido el arte, nuestro único escape de la realidad. Lo peor es que nos gusta. Apoyamos películas comerciales, compramos el nuevo CD del último cantante difamado por los medios, ni hablar de escribir a los periódicos pidiendo más información sobre el romance gay entre actores de Hollywood. Pedimos a gritos conocer más escándalos para saciar nuestro cochino deseo, nuestro fetiche de conocer la vida ajena.

Es la segunda vez que toco el tema de la perversión humana. Podría tocarlo mil veces si fuese necesario, porque algo tenemos que hacer. Somos la semilla de nuestra propia destrucción. Semilla que hemos alimentado a diario, pidiendo a gritos más sangre en los noticieros, destruyendo nuestro arte; tolerando que se nos bombardee con tanta basura y, lo más aterrador, acostumbrándonos a vivir entre ella.

lunes, julio 18, 2005

¿Qué es bello?

Hace unos días atrás discutía con un amigo sobre la belleza, para variar, llegamos a una conclusión típica de las conversaciones "existencialistas": no hay explicación. Nadie sabe a ciencia cierta qué es bello y por qué. Sabemos que tenemos una enorme influencia de los paradigmas de belleza griegos; ellos han marcado nuestra percepción de las cosas. Pitágoras demostró en la antigua Grecia que todos percibimos belleza en la armonía de los cuerpos y la proporción simétrica de los mismos. Eso podría explicar porque hay personas que a casi todos nos parecen bellas; pero dicha teoría deja por fuera a esas denominadas bellezas exóticas, a esas personas que "por alguna extraña razón" nos atraen.

Frederick Nietzsche, famoso filósofo del siglo XIX, explicó los ideales de la belleza basándose en dos figuras de la mitología griega: Apolo y Dionisio. Hijo de Zeus y Leto, Apolo era el dios de las artes, además, era inteligente, apuesto y atlético; en pocas palabras, el ideal de belleza perfecto. Aún así, Apolo no era muy popular entre las mujeres. Dionisio, por otro lado, era el dios de las fiestas y el vino; aunque no era tan "agraciado" como Apolo, Dionisio tenía decenas de mujeres a su lado y siempre se le asocia con la pasión y la carnalidad. Según una profesora de mi universidad, eso explica porque las mujeres prefieren a los hombres pasionales e impulsivos sobre los inteligentes y sensibles.

Todavía teniendo en cuenta a Pitágoras y a Nietzsche, no hay una definición exacta de qué es la belleza. Sólo sé que todos la perseguimos; tanto en el arte, como en la literatura, en el amor y en la vida misma: todos buscamos la belleza. Ésta adopta cientos de matices: tanto físicos como espirituales; se transforma en colores que sólo podemos sentir, más no explicar. Justo allí, en su inexplicable naturaleza es que reside la belleza de la belleza. Cavilando hasta más no poder, parece mentira, pero la mejor conclusión se la lleva aquél viejo dicho de "La belleza está en el ojo del que mira". Me despido con una excelente cita sobre la belleza, espero que sea de su agrado.

"¡La belleza es cosa terrible y espantosa! Es terrible debido a que jamás podremos comprenderla, ya que Dios sólo interrogantes nos plantea. En el seno de la belleza, las dos ribieras se juntan y todas las contradicciones coinciden. No soy hombre culto, hermano, pero he pensado mucho en este asunto. ¡Ciertamente, los misterios son infinitos! Son demasiadas las interrogaciones que aplastan al hombre contra la tierra. Forjamos la hipótesis que podemos, sin jamás llegar a certeza alguna. No puedo siquiera soportar el pensamiento del hombre de corazón noble y mente pura que comienza con el ideal de la Santa Virgen y termina con el ideal de Sodoma. Es más espantoso todavía que el hombre con el ideal de Sodoma en su alma no renuncie al ideal de la Santa Virgen, y que, en el fondo de su corazón, todavía arda, arda sinceramente, en deseos de alcanzar el bello ideal, lo mismo que en sus días de juvenil inocencia. Sí, el corazón del hombre es vasto, excesivamente vasto quizá. Lo preferiría más angosto. ¡El diablo conoce muy bien el corazón humano! Y así vemos que aquello que el intelecto considera vergonzoso, a menudo le parece de espléndida belleza al corazón. ¿Hay belleza en Sodoma? Creedme, muchos son los hombres que encuentran su belleza en Sodoma. ¿Sabíais este secreto? Lo más horroroso es que la belleza no sólo es aterradora, sino también misteriosa. Dios y el Diablo luchan en ella, y su campo de batalla es el corazón del hombre."
Los hermanos Karamazov,
Fedor Dostoievsky

miércoles, julio 13, 2005

Los fracasos: nuestros mejores aliados

A nadie le gusta perder. Todos, en mayor o menor medida, queremos ganar cuando competimos o luchamos por algo. La mayoría de los idealistas sostienen aquel sofisma de "no importa ganar, lo que importa es competir", dicha afirmación, además de tener un tono conformista, es totalmente falsa. Siempre que se lucha por algo, dicha pelea se sostiene por el único ideal de la victoria. Lo que suele suceder es que, en plena batalla campal por el ideal, uno termina derrotado pero aprendiendo cientos de cosas sobre aquella pelea que libró. Sólo así la derrota vale la pena y, muchas veces, termina convirtiéndose en algo más noble que la causa que se perseguía.

Tanto las victorias como los fracasos son provechosas para los seres humanos, el problema reside en la dualidad de las mismas. Una victoria simboliza cientos de cosas: desde el merecido premio por un difícil logro hasta un golpe de suerte. Buena o mala, sólo hay un punto seguro con el ganar: a nadie le molesta en lo absoluto. Por otro lado, todo huimos al fracaso. Así se gane en el camino más que en el final, a nadie le agrada perder; todos odiamos esa temida palabra: perdí.

El problema reside, una vez más, en esos paradigmas baratos que nos impone la sociedad: "el mundo es de los triunfadores". Falso, el mundo es de aquellos que se caen. El verdadero éxito reside en esas personas que se caen una y otra vez pero que nunca pierden; son aquellos que al morder el polvo se levantan para seguir adelante. No hace falta ver muy lejos para darnos cuenta. Jésus fue tratado como un loco, a Galileo casi lo queman, Brahms fue abuchado y destrozado en su primer concierto, nadie creía en el Quijote de Cervantes y ni hablar de Darwin. Si todos ellos hubiesen cedido a la estúpida sociedad de su época, nuestro mundo no sería ni la sombra de lo que es hoy.

Hay que perder el miedo a perder. Debemos dejar de ver al fracaso como algo terrible y tenemos que apreciarlo como lo que realmente es: nuestro mejor maestro. Sólo al caernos aprendemos a levantarnos y, aún más importante, a quedarnos de pie. Todo en está vida es relativo y está en cada uno de nosotros el hundirnos con nuestras caídas o aprovecharlas para salir adelante. En mi opinión, únicamente al morder el polvo se puede saborear la verdadera victoria. Nunca olviden que la crisis tiene 2 caras: nos destruye por completo o, nos ayuda como trampolín para alcanzar el cielo y nuestros sueños: todo depende de nosotros.

Has evitado los errores y te sientes salvado. Pero has caído en el supremo error de no cometerlos
El vuelo de la reina, Tómas Eloy Martínez

miércoles, julio 06, 2005

De todo un poco...

Haciendo un esfuerzo sobrenatural, intento seguir el ritmo que me impuse con el blog. Para hoy -siendo exactos, para ayer o anteayer- debía tener un post listo, por asuntos de la universidad y cientos de cosas más, me compliqué y no lo pude terminar. No crean que he vagueado, ya tengo una parte escrita y la otra la terminaré cuando tenga un respiro; prometo publicarlo para este fin de semana. Será una especie de ensayo sobre los pecados capitales, no es la gran cosa pero a mi me gusta y quisiera dedicarle el tiempo que se merece para redactarlo como Dios manda. En fin, para no dejar un espacio vacío en el blog, he decidido hacer mi primer review de una película.

Primero que nada, antes que empiecen a leer: éste y todos los reviews que llegue a escribir serán 100% libre de spoilers -o sea, no les contaré nada de la trama película-, así que pueden leer con confianza.

Ayer, después de esperar todo el fin de semana, pude ver La guerra de los mundos. La película, basada en la novela de H.G. Wells y dirigida por Steven Spielberg, ha sido una de las más esperadas de esta temporada. Como todos sabrán -gracias a la excesiva publicidad que le han dado-, el film está protagonizado por Tom Cruise y, en mi opinión, unas de las actrices más prometedoras de Hollywood: Dakota Fanning. La actuación de los dos fue impecable, aunque muchos odien a Cruise por "ser igual en todas las películas", tengo que admitir que este papel -muy dramático, hay que resaltar- le quedó excelente; ni hablar de Dakota, ella siempre se luce en todos sus personajes. Ellos 2 son los protagonistas y, técnicamente hablando, la película es de ellos.

Aunque Spielberg no me terminaba de convencer para hacer La guerra de los mundos, tengo que quitarme el sobrero ante él porque la película es de las mejores que ha hecho. La fotografía es excelente, hay decenas de tomas que te dejan boquiabierto y ni hablar de los efectos especiales: todo se veía absolutamente real. El film tiene un "brillito", por así decirlo, un poco parecido al que tenía Sentencia previa lo cual ayudó bastante al realismo de la cinta. La música estuvo muy buena aunque en la mayoría de las escenas había tanta tensión que sólo se escuchaba el sonido de ambiente. La historia estuvo muy apegada a la novela -al punto que empieza y termina con el mismo "intro y ending" que el libro- y la forma en que se desarrollan las acciones fue excelente. Spielberg se las arregló, tanto con efectos especiales como con el guión, para hacer que la amenaza extraterrestre fuera perfectamente creíble. Aunque todas las naves destruían ciudades enteras y la gente huía de la invasión, la película siempre se vio muy real, efecto extremadamente difícil de crear en el género de la ciencia-ficción.

No todo son flores para La guerra de los mundos. A pesar de su originalidad, la película tiene un cierto parecido a Señales -aunque el film iba en una tónica totalmente distinta- y tiene varias escenas que parecen sacadas de Titanic, Salvando al soldado Ryan y El día de la independencia. El ritmo del film es excelente: es agresivo y al mismo tiempo lento para crear tensión, pasas casi 2 horas pegados al asiento. Ésta armonía se vio destruida en los últimos 15 minutos de película, donde se pasa de "invasión extraterrestre, todos vamos a morir" a "... y vivieron felices por siempre". El bajón que tiene La guerra de los mundos al final es algo imperdonable, pareciera que se les hubiese acabado el dinero y tuvieron que terminarla de sopetón. Son de estas películas que dan la sensación de "creo que la cortaron o que la vi por la mitad". Ese final prematuro es una enorme raya que atraviesa la obra de arte de Spielberg.

Para culminar, dedicado a la gente que no leyó el review por flojera o por no querer saber nada de la película, les dejo un pensamiento de la última novela que leí: El vuelo de la reina.

"Cada vez que sucede una felicidad, debes esperar una desdicha. Y al revés: no hay desgracia, aparte de la muerte, que no se arregle con alguna felicidad"
El vuelo de la reina, Tomás Eloy Martínez