jueves, septiembre 30, 2010

El poema del mes (septiembre)

¡Hola a todos! Después de una actividad casi semanal en Blue Fields y 15 días de silencio, vengo a seguir con el ritmo habitual, esta vez colgando un poema. Definitivamente, así no escriba muchas cosas acá de mi autoría (salvo Lo mejor del mes), al menos me dedicaré a colgar fragmentos de mis lecturas.

La ventaja de la desesperación se logra
Emily Dickinson

La ventaja de la desesperación se logra
sufriendo - desesperación -
de estar asistido - por reverses -
uno tiene que haber conocido el revés -

el valor de sufrir como
el valor de la muerte
se conoce probándolo -
no lo puede otra boca

de salvadores - volvednos conscientes -
como nosotros mismos hemos compartido -
la aflicción parece impalpable
hasta que a nosotros mismos nos hiere -

miércoles, septiembre 15, 2010

La muerte del amor

¡Hola a todos!, cumpliendo religiosamente con mis obligaciones de no dejar morir Blue Fields, comparto con ustedes otro fragmento espectacular del libro con el que he tenido un crush el último mes. Después de leer En busca del tiempo perdido no pensé que volvería a toparme con tal nivel de lucidez en Proust... Hoy, frente a su primer libro (¡y escrito a los 23 años, fuck, es inmoral tal nivel de maestría a tan corta edad!), sólo puedo seguir adorándolo y confirmando su genialidad... Definitivamente, pocos escritores habrán conocido de forma tan precisa el alma humana, sobre todo, ese mundo complejo y brumoso como lo son los sentimientos... ¡Espero que lo disfruten!


XXI. LAS RIBERAS DEL OLVIDO

Marcel Proust (fragmento de Los placeres y los días)


“Dicen que la Muerte embellece a los que hiere y exagera sus virtudes, pero en general es más bien la vida la que los perjudicaba. La muerte, ese testigo compasivo a irreprochable, nos enseña, de acuerdo a la verdad, de acuerdo a la caridad, que en cada hombre hay, por lo común, más bien que mal.” Lo cual dice aquí Michelet de la muerte, es quizás más verdadero con respecto a la muerte que sigue a un gran amor desdichado. El ser que tras habernos hecho sufrir tanto, ya no es nada para nosotros, ¿es bastante decir, de acuerdo a la expresión popular, “que ha muerto para nosotros”? Lloramos a los muertos, los seguimos amando, soportamos largo tiempo el irresistible atractivo del encanto que les sobrevive y que nos devuelve a menudo junto a sus tumbas. El ser, por el contrario, que todo nos lo ha hecho experimentar y de cuya esencia estamos saturados, no puede ya hacer pasar sobre nosotros la sombra misma de una pena o de una alegría. Está más muerto para nosotros. Después de haberlo considerado como la única cosa de valor en este mundo, después de haberlo maldecido, después de haberlo despreciado, nos es imposible juzgarlo, apenas se señalan los rasgos de su cara frente a los ojos de nuestro recuerdo, agotados de haber estado largo rato fijados en ellos. Pero ese juicio sobre el ser amado, juicio que ha variado tanto, torturando tan pronto con sus clarividencias a nuestro corazón ciego, tan pronto encegueciéndose también para ponerle término a ese cruel desacuerdo, debe cumplir una última oscilación. Como esos paisajes que se descubren únicamente desde las cimas, desde las alturas del perdón aparece en su valor verdadero la que estaba más que muerta para nosotros después de haber sido nuestra vida misma. Sólo sabíamos que no correspondía a nuestro amor; comprendemos ahora que tenía por nosotros verdadera amistad. No es el recuerdo el que la embellece, es el amor que la agraviaba. Para aquel que lo quiere todo y al que todo, de alcanzarlo, no le bastaría, recibir un poco le parece una absurda crueldad. Ahora comprendemos que era un don generoso de aquella que no desalentaran nuestra desesperación, nuestra ironía, nuestra tiranía perpetua. Siempre fue dulce. Varias frases recordadas hoy, nos parecen de una indulgente precisión, llenas de encanto varias frases de ella, que creíamos incapaz de comprendernos, porque no nos amaba. Nosotros, al contrario, hemos hablado de ella con egoísmo injusto y severidad. ¿No le debemos mucho, acaso? Si esa marea alta del amor se ha retirado para siempre, sin embargo, cuando paseamos dentro de nosotros mismos, podemos recoger extrañas caparazones encantadoras y al acercarlas al oído, oír con un placer melancólico y sin sufrir más, el amplio rumor de antaño. Entonces pensamos con enternecimiento en aquella que para nuestra desgracia fue más amada de lo que amaba. Ya no es “más que muerta” para nosotros. Es una muerta que uno recuerda afectuosamente. La justicia quiere que enderecemos la idea. que teníamos de ella. Y con la todopoderosa virtud de la justicia, resucita en espíritu en nuestro corazón para aparecer en ese juicio final que realizamos lejos de ella, con calma y los ojos sumidos en llanto.

domingo, septiembre 05, 2010

¿Cómo se debe vivir la vida?

... Menuda pregunta, demasiado ambicioso sería de mi parte intentar responderla. Proust lo intenta de manera excepcional (como todo). No crean que vivo pegando fragmentos de él por flojera de escribir, al contrario, tengo demasiados posts en mente, pero no por eso pienso dejar de compartir las cosas excepcionales que me he venido topando en Los placeres y los días.

Ensoñaciones color del tiempo (VI)
Marcel Proust


La ambición embriaga más que la gloria; el deseo florece, la posesión marchita todas las cosas; es mejor soñar una vida, que vivirla, aunque vivirla siga siendo soñarla, pero menos misteriosamente y con menos claridad a la vez, con un sueño oscuro y pesado, similar al sueño disperso en la débil conciencia de los animales que rumian. Las piezas de Shakespeare son más hermosas vistas en el cuarto de trabajo que representadas en el teatro. Los poetas que han creado las enamoradas imperecederas no han conocido a menudo más que mediocres sirvientas de hostería, mientras que los más envidiados voluptuosos no saben concebir la vida que llevan o más bien que los lleva. He conocido a un chiquillo de diez años, de salud frágil y de imaginación precoz, que le había dedicado un amor puramente cerebral a una niña de más edad que él. Estaba horas en la ventana, para verla pasar, lloraba si no la veía, lloraba más aún si la había visto. Pasaba muy escasos, muy breves instantes junto a ella. Dejó de dormir, de comer. Un día, se arrojó par la ventana. Se creyó primeramente que la desesperación de no acercarse nunca a su amiga lo decidiera a morir. Se supo que al contrario, acababa de conversar muy largamente con ella; había sido infinitamente amable con él. Entonces se supuso que había renunciado a los días insípidos que le quedaban por vivir, después de esa embriaguez que quizás no tuviera ya oportunidad de renovar. Frecuentes confidencias, hechas antes a uno de sus amigos, hicieron inducir que experimentaba una desilusión cada vez que veía a la soberana de sus sueños; pero en cuanto se había ido, su imagina

ción fecunda devolvíale todo su poder a la chiquilla ausente y empezaba a desear verla de nuevo. Cada vez trataba de encontrar en la imperfección de las circunstancias el motivo accidental de su desilusión. Después de esa entrevista suprema en la que con su fantasía ya hábil había conducido a su amiga hasta la alta perfección de que era susceptible su naturaleza, comparando con desesperación esa perfección imperfecta con la absoluta perfección de que vivía, de que moría, se arrojó por la ventana. Después, ya idiota, vivió mucho tiempo, conservando de su caída el olvido de su alma, de su pensamiento, de la palabra de su amiga a la que encontraba sin verla. Ella, a pesar de las súplicas y las amenazas, se casó con él y murió varios años después sin haber logrado ser reconocida. La vida es como esa amiguita. La pensamos y la amamos por pensarla. No hay que tratar de vivirla: uno se arroja, como el chicuelo, en la estupidez, no de un golpe, porque todo en la vida se degrada por matices insensibles. Al cabo de diez años, ya no reconoce uno sus sueños, los reniega uno, se vive, como un buey, por la hierba que se ha de pastar en el momento. Y de nuestras nupcias con la muerte ¿quién sabe si podrá pastar nuestra consciente inmortalidad?