lunes, marzo 21, 2005

La realidad: ¿Verdad o mentira?

Todos los seres humanos -querámoslo o no- hemos mentido en algún punto de nuestra vida. Ya sea diciendo alguna mentira "blanca" -como solían llamarse las mentirillas que uno decía en la infancia- o creando una enorme ficción que termina apoderándose de nuestra realidad; de forma premeditada o por accidentes, siempre tendemos a "omitir" la, dicho sea de paso, mal llamada verdad. El gremio de personas denominadas como "moralistas" ven el mentir como algo abominable. Otros -catalogados por el gremio anterior como "cínicos"-, ven la mentira como algo natural y casi cotidiano al igual que ir al baño, comer, hablar por teléfono, entre otras cosas.

Lo cierto es que, viéndolo desde cualquier punto de vista, la mentira es algo malo según todos. En la Biblia aparece como un pecado y hasta la ley -de cualquier país- castiga al que miente. La gente la ve con desprecio y es la antítesis de aquello que compone todas las relaciones humanas: la confianza. Pero... ¿Hasta qué punto podemos vivir sin mentir? Muchos, moralistas o no, podrían decir que nunca mienten, y justo allí, al hacer esa afirmación, esgrimirían la peor mentira de sus vidas. Por desgracia -o fortuna-, los mortales estamos condenados a expresarnos mediante la palabra; éste, nuestro mejor "vehículo" de expresión, es el primer culpable cuando queremos describir la realidad -otra palabra mal utilizada por todos-. Si lo analizamos bien, querámoslo o no, todos mentimos las 24 horas del día. Ahora, mientras escribo estas líneas y usted las lee, ambos estamos mintiendo de alguna forma al interpretar nuestro significado de cada palabra.

Los sentimientos, al igual que los seres humanos, son cambiantes. Un "te amo" que se pronuncia hoy no es remotamente similar al que se dice una semana después; el cariño inmenso que se le puede tener a un amigo, siempre, en algún punto, pasa por el odio y hasta la repulsión; allí está el problema, en esa manía enfermiza de los humanos por el absoluto. Las palabras, al igual que los números o cualquier otro invento, son absolutas; por eso, la mayoría de las veces, mentimos al usar términos absolutos para sentimientos que definitivamente no lo son. Nos hemos acostumbrado -mejor dicho, condicionado-, a vivir del absoluto, todo o nada, realidad o ficción.

¿Hasta que punto se puede ser sincero con alguien y, todavía más importante, con nuestro corazón? ¿Será posible amar a una persona sólo por un día, un instante o un beso? Son respuestas que nadie sabe pero que todos podríamos "sentir". Hay que dejar de mentirnos al pensar que todo es absoluto. El amor es puro y verdadero, pero, al igual que todos, cambia constantemente; pasa por momentos sublimes, carnales, triviales y hasta puede convertirse -así sea por segundos- en un terrible rechazo por el ser amado. Lo importante, al igual que todo en la vida, es no tener miedo a sentir. Sólo cuando sentimos experimentamos nuestra verdad. Cuando nuestro corazón palpita a mil por segundo, sentimos las llamadas "mariposas" y nos ponemos rojos es cuando ocurre, así sea por un instante, un "te amo" verdadero y absoluto. Puede que una palabra no contenga todo lo que uno sienta por una persona; pero un beso, una caricia o una mirada bastaran para ser realmente sinceros y plasmar la única verdad que existe: la del corazón.

"Porque todo cambia a casa instante que pasa, y lo que éramos hace un momento no lo somos más. ¿Somos, acaso, siempre la misma persona? ¿Tenemos, acaso, siempre los mismos sentimientos? Se puede querer a alguien y de pronto desestimarlo y hasta detestarlo. Y si cuando lo desestimamos cometemos el error de decírselo, eso es una verdad, pero una verdad momentánea, que no será más verdad dentro de una hora o al otro día, o en otras circunstancias. Y en cambio al ser a quien se la decimos creerá que ésa es la verdad, la verdad para siempre y desde siempre. Y se hundirá en la desesperación"
Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sabato