"Es absurdo, pensé, recorriendo el diario de la tarde, que esté enojado un hombre con tanto poder. ¿O es el enojo acaso, pensé, el familiar, el demonio subalterno del poder? La gente rica, por ejemplo, suele estar enojada porque sospecha que los pobres quieren apoderarse de su dinero. Los profesores, o patriarcas, como sería más exacto decirles, tal vez estén un poco enojados por eso, pero también por otras razones un poco menos públicas. Es muy posible que no estén `enojados´; con frecuencia son admirados, devotos ejemplares en las relaciones la vida privada. Es muy posible que si el profesor recalcaba con algún énfasis la inferioridad de la mujer, le interesaba menos esa inferioridad que su propia superioridad. Eso es lo que él estaba protegiendo de modo atolondrado y a gritos, porque para él era una joya de gran valor. Para ambos sexos la vida es ardua, difícil, una lucha perpetua. Exige coraje y fuerza gigantesca. Más que nada, criaturas de ilusión como somos, exige confianza en sí mismo. Sin esa confianza somos niños en la cuna. ¿Y cómo elaborar con más rapidez esa imponderable calidad, que sin embargo, es tan preciosa? ¿Pensando que los demás valen menos que uno? Pensando que uno tiene una innata superioridad sobre los demás: dinero, o rango, o la nariz recta, o el óleo de un abuelo por Rommey; porque los artificios patéticos de la imaginación del hombre no tienen fin. De ahí para un patriarca que debe conquistar y gobernar, la importancia enorme de sentir que muchísima gente -medio género humano en verdad- es por naturaleza inferior a él."
Virginia Woolf, Un cuarto propio
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