XI. ESCENARIO, Marcel Proust (fragmento de Los placeres y los días)
Honorio está sentado en su habitación. Se levanta y se mira en el espejo:
Su corbata. -Van muchas veces que cargas de languidez y que ablandas soñadoramente mi nudo expresivo y algo deshecho. Estás, por lo tanto, enamorado, querido amigo; ¿pero, por qué estás triste?
Su pluma. - Sí, ¿por qué estás triste? Desde hace una semana, me agotas, amo mío, y sin embargo, he cambiado bastante el tipo de mi vida. Yo que parecía dedica- da a tareas más gloriosas, creo que ya no escribiré más que cartas galantes a juzgar por ese papel de cartas que acabas de encargar. Pero esas cartas galantes serán tristes, como me lo presagian las desesperaciones nerviosas en las que me sorprendes y me descansas de golpe. Estás enamorado, querido amigo, ¿pero por qué estás triste?
Rosas, orquídeas, hortensias, cabellos de Venus; aguileñas, que llenan el cuarto. - Nos has amado siempre, pero nunca nos llamaste a tantos a un tiempo para encantarte con nuestras posturas altivas y delicadas, nuestro gesto elocuente y la voz conmovedora de nuestros perfumes. Verdad es que lo presentamos las frescas gracias de la bienamada. Estás enamorado, ¿pero por qué estás triste?
Libros. - Siempre fuimos tus prudentes consejeros, siempre interrogados, siempre desoídos. Pero si no lo hemos hecho obrar, lo hicimos comprender; corriste asimismo a la derrota, pero por lo menos no has combatido en la sombra y como en una pesadilla: no nos apartes como a viejos maestros que uno ya no quiere. Nos has tenido en tus manos infantiles. Tus ojos aún puros se asombraron al contemplarnos. Si nos amas por nosotros mismos, ámanos por todo lo que recordamos, por todo lo que has sido y por todo lo que podías haber sido. Haberlo podido ser, ¿no es ya un poco, mientras pensabas en ello, haberlo sido? Ven a oír nuestra voz familiar y sermoneadora; no lo hablaremos porque estás enamorado, pero si porque estás triste y si nuestro niño se desespera y llora, le contaremos cuentos, lo arrullaremos como antaño cuando la voz de su madre prestaba a nuestras palabras su dulce autoridad, frente al fuego que ardía con todas sus chispas, con todas tus esperanzas y todos tus sueños.
Honorio. - Estoy enamorado de ella y creo que me amará. Pero mi corazón me dice que yo, que fui tan tornadizo, estaré siempre enamorado de ella y mi buena hada sabe que sólo me amará un urea. He aquí por qué, antes de entrar en el paraíso de esas alegrías breves, me detengo en el umbral para enjugarme los ojos.
Su buena hada. - Querido amigo, vengo del cielo a traerte la gracia, y la felicidad dependerá de ti. Si durante un mes, a riesgo de echar a perder con tantos artificios las alegrías que te prometías con los comienzos de ese amor, desdeñas a la que amas, si sabes practicar la coquetería y afectar la indiferencia, no llegas a la cita que conciertas y apartas tus labios de su pecho que lo ofrecerá como un manojo de rosas, vuestro amor fiel y compartido se edificará para la eternidad sobre la base incorruptible de la paciencia.
Honorio (Saltando de alegría). - Mi buena hada, te adoro y te obedeceré.
El pequeño péndulo de Sajonia. - Tu amiga es inexacta, mi aguja ha ido más allá del minuto en que la soñabas desde tanto tiempo atrás, y en que debía llegar la bienamada. Mucho temo tener que ritmar aún bastante tiempo con mi tictac monótono la espera melancólica y voluptuosa; a pesar de conocer el tiempo, nada comprendo de la vida; las horas tristes ocupan el lugar de los minutos alegres, se confunden dentro de mí como abejas en una colmena...
La campanilla se hace oír; un sirviente va a abrir la puerta.
La buena hada. - Piensa en obedecerme y que de ello depende la eternidad de mi amor.
El péndulo late febrilmente, se inquietan los perfumes de las rosas y las orquídeas atormentadas se inclinan ansiosamente hacia Honorio; una parece mala. Su pluma inerte lo contempla con la tristeza de no poder moverse. Los libros no interrumpen su grave murmullo. Todo le dice : “Obedece al hada y piensa que de ello depende la eternidad de tu amor. . .”
Honorio (sin vacilar). - Pero si obedeceré, ¿cómo podéis dudar de mí?
Entra la bienamada; las rosas, las orquídeas, el péndulo de Sajonia, Honorio jadeante, vibran como una armonía suya. Honorio se precipita sobre su boca, exclamando «Te amo...».
Epílogo. - Y fue como si hubiese soplado sobre la llama del deseo de la bienamada. Fingiendo estar ofendida por la inconveniencia de ese proceder, huyó y sólo volvió a verla torturándolo con una mirada indiferente y severa...
1 comentario:
Y sigo considerando que, necesito leerlo como una droga, pero lo aplazo como si fuera un premio. Amo leer algo que no me permite predecirlo. Gracias por colocar este fragmento, entre el estudio refresco un poco mi mente.
Por cierto, hoy fue que logré tener internet =)
Saludos! Me too!
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