“Yo creo que Fernando se enamoró deliberadamente de ese tipo de amor que nos hace pasarlo muy mal porque lo guardamos en secreto y nunca somos (y estamos seguro de que nunca lo seremos) correspondidos, lo cual en el fondo es todo un alivio, porque es terrible que te quieran…”
Enrique Vila-Matas, Suicidios ejemplares
martes, octubre 11, 2005
Reflexión de la semana: Sobre el amor...
¡Hola a todos! Como se podrán imaginar, el cortometraje me tiene ocupadísimo. Sólo me quedan dos semanas para terminarlo así que en 14 días, quiéranlo o no, estaré de vuelta a toda máquina. Empecé la universidad la semana pasada así que las cosas se me complican como no tienen idea: salgo de la uni directo a grabar y al final del día no me quedan fuerzas ni para dormir. Aunque estoy agotado, entre más me acerco a la fecha tope más ganas le pongo a este asunto del corto y algo dentro de mí me dice que todo saldrá mucho mejor de lo que espero. En mis ratos "libres" en la universidad he escrito un par de cosas: empecé un guión nuevo y un par de ensayos que cuando tenga un tiempito terminaré y los pondré acá para ustedes. Sin más que decir, los dejo con la reflexión de la semana y espero que mi próximo post sea algo de mi autoría.
sábado, octubre 01, 2005
¿Quién jala el gatillo?
¡Hola a todos! Aunque estoy en pleno rodaje del cortometraje y cada vez tengo menos tiempo para mí, decidí hacer un esfuerzo sobrenatural para terminar el post que tenía desde hace semanas pendiente. Ya saben que no me gusta vivir de puras citas y, en teoría, tengo este blog para obligarme a mí mismo a escribir algo decente al menos una vez por semana; por todo esto mi remordimiento de conciencia no me dejó dormir y me obligó a sentarme acá a terminar lo que empecé días atrás...
Como todos sabemos, las relaciones humanas son complejas y nosotros las hacemos aún más difíciles. Desde amigos hasta novios; cada vez que dos personas se juntan siempre existe una especie de ligamento -a veces extraño, otras no- que las mantiene unidas. La esencia del mismo puede ser cualquier cosa. Todos hemos visto como sentimientos tan dispares como el amor y el odio pueden unir a dos personas; esos casos donde la chica es perfecta y, por alguna extraña razón, no se separa del chico que le monta cachos y barre el piso con ella. Sería inútil buscarle un por qué a esas relaciones: su explicación está en un nivel sentimental que no entiende lógica.
Para nadie es un secreto que somos, en mayor o menor medida, egoístas por naturaleza; dicha afirmación es un hecho totalmente comprensible por ese instinto de protección que tenemos, eso que nos frena a dar mucho y ponernos en peligro de ser heridos. Cuando nos enamoramos -con todo nuestro corazón, mente y alma- el egoísmo desaparece; nos quedamos sin barreras ni defensas y, justo en ese instante, nos convertimos en los seres más vulnerables sobre el planeta.
El problema reside en que, de un tiempo para acá -y no soy el único que lo dice-, las relaciones entre las personas, sobre todo del tipo amoroso, se han vuelto más difíciles de lo que eran antes. ¿Razones aparentes?, podría citar decenas. Las más sonadas serían la falta de compromiso -actitud que está en boga últimamente-, el miedo a ser herido o dar demasiado y, la favorita de todos, la desconfianza por el género masculino o femenino -depende del caso, claro está-.
"Todos los hombres son unos perros y todas las mujeres son unas regaladas", se han vuelto frases habituales en nuestro día a día ¿Por qué tanta desconfianza hacia el sexo opuesto? Cuando dos personas establecen una relación, por cientos de factores internos y externos, siempre tienden, en algún punto, a hacerse daño. El problema viene en que últimamente la gente se está haciendo más daño que antes. Las relaciones se han vuelto una especie de guerra: mi pareja me hace la vida de cuadritos pero yo se la hago peor; es como una prueba de resistencia y aquel que sufra menos -o que pisotee más al otro- es el que gana.
Luego de esa batalla campal, el derrotado -a veces sin siquiera tomarse un tiempo para recuperar energías- entabla otra relación... otra guerra que sin duda alguna va a ganar. Ese soldado herido, una vez que ha sido pisado e insensibilizado, tiene como siguiente objetivo pisar y destruir a alguien, repetir esa conducta, esa estrategia con la que lo hundieron; sólo así el derrotado puede sonreír de nuevo, vengándose de un inocente -o de otro combatiente-, alimentando ese circulo de guerras sustentadas bajo el axioma de "Si te hicieron sufrir, tienes derecho a hacer sufrir" ¿Es que acaso el dolor nos da licencia para destrozar a otros?
¿Qué ganamos con esa malsana competencia de ver quién resiste más? La seducción no queda atrás, ha pasado de ser el arte de conquistar a otra persona ha convertirse en una especie de subasta donde los concursantes, en vez de dar su mejor apuesta, se atacan dando demostraciones cada vez más fuertes sólo para intimidar a su competidor; así, en esa constante lucha dejan de seducirse entre sonrisas para hacerlo con apuestas obscenas, carentes de cualquier sentido, todo con el único fin de "ver qué puede pasar" -otro modismo que no puede omitirse en nuestra jerga diaria-.
Todos hemos sufrido en esta vida. Cada uno de nosotros ha sido dañado en algún punto; puede que unos más que otros, pero nadie, lastimosamente, puede escapar de sufrir en este mundo. El problema es que el dolor no nos da derecho a destruir la vida de otra persona. El ser engañado no me da permiso a engañar a otros; si te hieren y tú respondes dañando a otra persona... ¿cómo pretendes detener este círculo vicioso de dolor en el que todos estamos metidos? Si una vez alguien fulminó tu corazón aniquilándote por completo... ¿serías capaz de jalar el gatillo y destrozar a alguien? Si seguimos dañando a la gente, jalando el gatillo a diestra y siniestra, nada en este mundo va a mejorar, al contrario, nos sumiremos en una guerra que terminará destruyendo lo más bello que tenemos: el amor.
Como todos sabemos, las relaciones humanas son complejas y nosotros las hacemos aún más difíciles. Desde amigos hasta novios; cada vez que dos personas se juntan siempre existe una especie de ligamento -a veces extraño, otras no- que las mantiene unidas. La esencia del mismo puede ser cualquier cosa. Todos hemos visto como sentimientos tan dispares como el amor y el odio pueden unir a dos personas; esos casos donde la chica es perfecta y, por alguna extraña razón, no se separa del chico que le monta cachos y barre el piso con ella. Sería inútil buscarle un por qué a esas relaciones: su explicación está en un nivel sentimental que no entiende lógica.
Para nadie es un secreto que somos, en mayor o menor medida, egoístas por naturaleza; dicha afirmación es un hecho totalmente comprensible por ese instinto de protección que tenemos, eso que nos frena a dar mucho y ponernos en peligro de ser heridos. Cuando nos enamoramos -con todo nuestro corazón, mente y alma- el egoísmo desaparece; nos quedamos sin barreras ni defensas y, justo en ese instante, nos convertimos en los seres más vulnerables sobre el planeta.
El problema reside en que, de un tiempo para acá -y no soy el único que lo dice-, las relaciones entre las personas, sobre todo del tipo amoroso, se han vuelto más difíciles de lo que eran antes. ¿Razones aparentes?, podría citar decenas. Las más sonadas serían la falta de compromiso -actitud que está en boga últimamente-, el miedo a ser herido o dar demasiado y, la favorita de todos, la desconfianza por el género masculino o femenino -depende del caso, claro está-.
"Todos los hombres son unos perros y todas las mujeres son unas regaladas", se han vuelto frases habituales en nuestro día a día ¿Por qué tanta desconfianza hacia el sexo opuesto? Cuando dos personas establecen una relación, por cientos de factores internos y externos, siempre tienden, en algún punto, a hacerse daño. El problema viene en que últimamente la gente se está haciendo más daño que antes. Las relaciones se han vuelto una especie de guerra: mi pareja me hace la vida de cuadritos pero yo se la hago peor; es como una prueba de resistencia y aquel que sufra menos -o que pisotee más al otro- es el que gana.
Luego de esa batalla campal, el derrotado -a veces sin siquiera tomarse un tiempo para recuperar energías- entabla otra relación... otra guerra que sin duda alguna va a ganar. Ese soldado herido, una vez que ha sido pisado e insensibilizado, tiene como siguiente objetivo pisar y destruir a alguien, repetir esa conducta, esa estrategia con la que lo hundieron; sólo así el derrotado puede sonreír de nuevo, vengándose de un inocente -o de otro combatiente-, alimentando ese circulo de guerras sustentadas bajo el axioma de "Si te hicieron sufrir, tienes derecho a hacer sufrir" ¿Es que acaso el dolor nos da licencia para destrozar a otros?
¿Qué ganamos con esa malsana competencia de ver quién resiste más? La seducción no queda atrás, ha pasado de ser el arte de conquistar a otra persona ha convertirse en una especie de subasta donde los concursantes, en vez de dar su mejor apuesta, se atacan dando demostraciones cada vez más fuertes sólo para intimidar a su competidor; así, en esa constante lucha dejan de seducirse entre sonrisas para hacerlo con apuestas obscenas, carentes de cualquier sentido, todo con el único fin de "ver qué puede pasar" -otro modismo que no puede omitirse en nuestra jerga diaria-.
Todos hemos sufrido en esta vida. Cada uno de nosotros ha sido dañado en algún punto; puede que unos más que otros, pero nadie, lastimosamente, puede escapar de sufrir en este mundo. El problema es que el dolor no nos da derecho a destruir la vida de otra persona. El ser engañado no me da permiso a engañar a otros; si te hieren y tú respondes dañando a otra persona... ¿cómo pretendes detener este círculo vicioso de dolor en el que todos estamos metidos? Si una vez alguien fulminó tu corazón aniquilándote por completo... ¿serías capaz de jalar el gatillo y destrozar a alguien? Si seguimos dañando a la gente, jalando el gatillo a diestra y siniestra, nada en este mundo va a mejorar, al contrario, nos sumiremos en una guerra que terminará destruyendo lo más bello que tenemos: el amor.
viernes, septiembre 23, 2005
Viviendo de citas...
¡Hola a todos! Quisiera poder traerles buenas noticias, me encantaría escribir varios post que desde hace meses tengo pendientes pero no puedo. Por primera vez siento que todo con el cortometraje va excelente, los miles de problemas que me agobiaban se han esfumado -o desaparecido temporalmente-. Esta buena racha me ha ayudado a organziar unas cuantas cosas en las que he invertido mucho tiempo. Tuve que reescribir todo el guión en 24 horas y hasta hace un par de horas atrás estaba corriendo con los últimos detalles. Sólo puedo decirles que ya empecé a filmar -legalmente hablando- y que todo va viento en popa. De seguir las cosas así de bien es probable que me tengan de regreso acá más rápido de lo que piensan.
De momento les dejo otra reflexión para mantener vivo el espacio y así no perder la costumbre de escribir acá. Espero que les guste...
"Pero nadie puede hacer nada contra los sentimientos, ahí están y escapan a cualquier censura. Uno puede reprocharse tal acto, tal palabra pronunciada, pero no puede reprocharse un sentimiento, simplemente porque no tiene poder alguno sobre él"
La lentitud, Milan Kundera
De momento les dejo otra reflexión para mantener vivo el espacio y así no perder la costumbre de escribir acá. Espero que les guste...
"Pero nadie puede hacer nada contra los sentimientos, ahí están y escapan a cualquier censura. Uno puede reprocharse tal acto, tal palabra pronunciada, pero no puede reprocharse un sentimiento, simplemente porque no tiene poder alguno sobre él"
La lentitud, Milan Kundera
viernes, septiembre 16, 2005
Reflexión de la semana: la soledad...
Intentando mantener vivo este espacio, hoy les traigo otra pequeña frase de alguna novela. Aunque ayer escribí un buen rato no pude terminar el post que llevo rato pendiente, de hecho, escribía otro que no tenía nada que ver... siempre me sucede, comienzo queriendo escribir sobre "el amor" -por citar un ejemplo- y termino cambiando el tema a "crímenes políticos en Siberia". De igual forma, el par de temas que escribí ayer más tarde que temprano aparecerán acá.
Espero que para la semana que viene ya pueda publicar algo mío; en teoría esa semana empezaré a grabar -si Dios quiere- y si el corre corre me lo permite, terminare algún post que tengo pendiente. De momento me despido con una reflexión muy interesante sobre mi tema favorito: la soledad. Unos le temen, otros la disfrutan, unos cuantos la necesitan; sea cual sea la tendencia de la persona, admítalo o no, a nadie le gusta estar solo y aunque muchos vivan así: todos en mayor o menor medida le tememos a la soledad.
Espero que para la semana que viene ya pueda publicar algo mío; en teoría esa semana empezaré a grabar -si Dios quiere- y si el corre corre me lo permite, terminare algún post que tengo pendiente. De momento me despido con una reflexión muy interesante sobre mi tema favorito: la soledad. Unos le temen, otros la disfrutan, unos cuantos la necesitan; sea cual sea la tendencia de la persona, admítalo o no, a nadie le gusta estar solo y aunque muchos vivan así: todos en mayor o menor medida le tememos a la soledad.
“Nadie obtiene nada que no haya estado persiguiendo, y yo había ido a ese manicomio precisamente buscando la confirmación de una gran sospecha: la de que la soledad es imposible, pues está poblada de fantasmas.”
Suicidios ejemplares, Enrique Vila-Matas
lunes, septiembre 12, 2005
Todavía vivo...
¡Hola a todos!, por vez número mil, me disculpo por no publicar nada. Siempre tengo una excusa por mis ausencias, esta vez es la más valida que he dado en mi vida. Pasé una semana ausente filmando mi primer cortometraje -del cual soy director y guionista-. Éste ha sido un trabajo muy difícil y súper esclavizante. Estuve varios días terminando el guión -que, por cierto, es el primero que he escrito en mi vida- y pase 48 horas sin dormir en la pre-producción de todo el asunto. Aún así el trabajo se me ha hecho "ligero" porque estoy dirigiéndolo y produciéndolo con mis mejores amigos, los cuales se han portado excelentes en todo y, en pocas palabras, han sido el mejor equipo de trabajo que he tenido en mi vida. Sin embargo, no todo ha salido color de rosa, por problemas "técnicos" tuvimos que empezar de cero y después de muchos cambios -empezando por cambiar todos los actores y locaciones- volveremos a grabar la semana de arriba.
Excluyendo el trabajo, mi salud va de mal en peor. Primero me torcí el pie -en una circunstancia muy tonta-, tengo un esguince de segundo grado lo cual me dejo una semana en cama y ahora me tiene un poco "limitado". Por si fuera poco, pasé un par de días con fiebre, dolor de cabeza y huesos insoportable; los exámenes de sangre arrojaron que tengo dengue. En pocas palabras: entre el pie, el dengue, el stress del cortometraje y mis ánimos por el suelo, no he escrito mucho que digamos. Además, pienso borrar mi computadora y arreglar todos mis archivos me ha llevado semanas. Podría enumerar otros factores que me han mantenido alejado de acá pero estoy seguro que ninguno de ustedes entra aquí a leer detalles de la tragicomedia que llevo por vida.
Quería volver con un ensayo que llevaba rato escribiendo, por los factores antes mencionados tendré que dejarlo para la próxima. Sólo para revivir el espacio y obligarme a mi mismo a escribir he decidido dejarles un fragmento de una novela. Prometo volver pronto o al menos seguir alimentando mi blog de alguna forma; no duden en pasar, al menos, una vez por semana a saludarme.
Excluyendo el trabajo, mi salud va de mal en peor. Primero me torcí el pie -en una circunstancia muy tonta-, tengo un esguince de segundo grado lo cual me dejo una semana en cama y ahora me tiene un poco "limitado". Por si fuera poco, pasé un par de días con fiebre, dolor de cabeza y huesos insoportable; los exámenes de sangre arrojaron que tengo dengue. En pocas palabras: entre el pie, el dengue, el stress del cortometraje y mis ánimos por el suelo, no he escrito mucho que digamos. Además, pienso borrar mi computadora y arreglar todos mis archivos me ha llevado semanas. Podría enumerar otros factores que me han mantenido alejado de acá pero estoy seguro que ninguno de ustedes entra aquí a leer detalles de la tragicomedia que llevo por vida.
Quería volver con un ensayo que llevaba rato escribiendo, por los factores antes mencionados tendré que dejarlo para la próxima. Sólo para revivir el espacio y obligarme a mi mismo a escribir he decidido dejarles un fragmento de una novela. Prometo volver pronto o al menos seguir alimentando mi blog de alguna forma; no duden en pasar, al menos, una vez por semana a saludarme.
“Y así, el pasado no es algo cristalizado, como algunos suponen, sino una configuración que va cambiando a medida que avanza nuestra existencia y alcanza su sentido verdadero en el instante en que morimos, cuando ya para siempre quedará petrificado”
Abaddón el exterminador, Ernesto Sabato,
domingo, agosto 14, 2005
¿Quiénes somos?
Todos, en algún punto de nuestra vida, nos hemos preguntando quiénes somos en realidad. Muchos podrían responder que se conocen a la perfección, otros darían un concepto relativamente "acertado" sobre sí mismos, pero... ¿hasta qué punto llegamos a conocernos? Los humanos somos los seres más contradictorios que existen sobre la faz de la tierra; podemos matar por amor, crear a partir del odio y realizar miles de acciones totalmente paradójicas desde cualquier punto de vista. Muchas veces no entendemos qué hacemos, simplemente lo "sentimos" -en parte, por eso siempre sostengo que los sentimientos son la única verdad de los seres humanos.
Partiendo de la tesis de que los sentimientos son nuestra verdad, ¿realmente somos lo que podemos llegar a sentir? Un asesino puede dejar serlo por amar a alguien; de igual forma, un alma "noble y pura" puede convertirse en el peor de los criminales, cegado por los celos y la locura del amor. Me atrevería a decir que vamos por la vida como marionetas, actuando por sentimientos que nos mueven pero nunca llegamos a comprender ¿Qué demonios son nuestros impulsos?, nadie podría explicarlos. ¿Cómo explicar el amor? ¿Qué descripción podría abarcar al odio?, ninguna. Son como una reacción química que entendemos, analizamos, pero no podemos controlar de ninguna forma. Nadie, por más erudito que sea puede dejar de sentir.
Si los sentimientos nos impulsan y el cerebro nos controla: ¿cuál parte es la que tiene más influencia en nosotros? Muchas personas son consideradas cerebrales, otras sentimentales, no obstante, nadie puede determinar como alguien actuará en una determinada situación. Más de una vez hemos visto como la persona que considerábamos súper cerebral termina perdidamente enamorada y cometiendo locuras; lo mismo sucede con esos sentimentalistas que terminan actuando de la forma más fría posible. Todos estamos sometidos al lente de los sentimientos y sólo a través de ese lente podemos ver quienes somos realmente y lo que somos capaces de hacer.
¿Estamos atados a nuestros sentimientos?, para bien o para mal, diría que si; lo que no están atadas son nuestras acciones. El ser humano es movido por la lógica y las pasiones -dos fuerzas en constante contradicción, vale la pena acotar-, ambas puedes ordenar lo que sea pero sólo el corazón -esa parte sabia de nuestro cuerpo, aquella donde reside el alma- es la que tiene la última palabra de nuestras acciones. Él determina lo que somos, y aún más importantes, lo que podemos llegar a ser.
Partiendo de la tesis de que los sentimientos son nuestra verdad, ¿realmente somos lo que podemos llegar a sentir? Un asesino puede dejar serlo por amar a alguien; de igual forma, un alma "noble y pura" puede convertirse en el peor de los criminales, cegado por los celos y la locura del amor. Me atrevería a decir que vamos por la vida como marionetas, actuando por sentimientos que nos mueven pero nunca llegamos a comprender ¿Qué demonios son nuestros impulsos?, nadie podría explicarlos. ¿Cómo explicar el amor? ¿Qué descripción podría abarcar al odio?, ninguna. Son como una reacción química que entendemos, analizamos, pero no podemos controlar de ninguna forma. Nadie, por más erudito que sea puede dejar de sentir.
Si los sentimientos nos impulsan y el cerebro nos controla: ¿cuál parte es la que tiene más influencia en nosotros? Muchas personas son consideradas cerebrales, otras sentimentales, no obstante, nadie puede determinar como alguien actuará en una determinada situación. Más de una vez hemos visto como la persona que considerábamos súper cerebral termina perdidamente enamorada y cometiendo locuras; lo mismo sucede con esos sentimentalistas que terminan actuando de la forma más fría posible. Todos estamos sometidos al lente de los sentimientos y sólo a través de ese lente podemos ver quienes somos realmente y lo que somos capaces de hacer.
¿Estamos atados a nuestros sentimientos?, para bien o para mal, diría que si; lo que no están atadas son nuestras acciones. El ser humano es movido por la lógica y las pasiones -dos fuerzas en constante contradicción, vale la pena acotar-, ambas puedes ordenar lo que sea pero sólo el corazón -esa parte sabia de nuestro cuerpo, aquella donde reside el alma- es la que tiene la última palabra de nuestras acciones. Él determina lo que somos, y aún más importantes, lo que podemos llegar a ser.
martes, agosto 09, 2005
La amistad, los noviazgos y otros títulos
Por vez número mil, tarde pero seguro, he vuelto. Después de haber pasado por un par de celebraciones pos-cumpleaños y una semana llena de bodas, aquí estoy. En tiempo de ausencia he conseguido un par de temas para hablar, entre ellos, están los "títulos" del noviazgo y el matrimonio.
Cuando analizamos en frío la conducta humana, podemos ver que todas las relaciones y demás "compromisos" están basados en actos meramente simbólicos. Empezando por el dinero, pasando por la amistad y terminando en el matrimonio; todo en esta vida es netamente representativo. Tú casa te pertenece sólo porque un "papel" así lo dice, lo mismo con el "título" de estudiante cuando te gradúas y ni hablar de la cedula de identidad. Nacemos y lo primero que hacen es sacarnos la partida de nacimiento; de igual forma, al morir, inclusive, antes de enterrar alguien, primero se debe sacar la bendita acta de defunción. Como podrán ver, no hay que ser muy erudito para darse cuenta que todo en esta vida empieza y termina con un papel... si hablamos en el marco legal, claro está.
Alejándonos un poco del ámbito del "papel", todas las relaciones básicas de los seres humanos -véase la amistad, el noviazgo y el matrimonio- están basadas en promesas, en contratos simbólicos que se firman mediante la palabra y sólo se hacen validos con las acciones. El problema radica en que hemos puesto el título por encima de la actitud; todo gracias a esa necesidad enfermiza de los humanos por poseer; por ese deseo malsano de poder usar el adjetivo posesivo "mío" antes del título que se le asigne a un ser querido. Es precisamente el bendito "título" el que daña las relaciones y corrompe los cimientos de lo único que es puro en los seres humanos: los sentimientos.
Dos personas pueden amarse hasta la medula, caminar agarrados de manos, imaginar una vida juntos, pero aún así no son nada hasta que alguno de los dos pronuncie las palabras mágicas: ¿Quieres ser mi novia? -y cito el ejemplo en femenino por ese cliché barato de que el chico debe hacer siempre la famosa propuesta-. ¿Acaso el título de novios es realmente necesario para que dos personas se amen y sean felices?, no lo creo. Además, el problema no radica en si se otorga o no un título a una relación, total, ser novios es una actitud; la cuestión está en que, la mayoría de las veces, le dejamos todo al título. Sin ir muy lejos, todos nos hemos dado cuenta como al principio de una relación las dos personas dan lo mejor de si, basta que sean novios, que todo se "consolide", para que bajen la guardia y dejen el romance a un lado.
Sin darnos cuenta, en la mayoría de las relaciones, le hemos dejado todo al título. Una vez que obtenemos el tan preciado adjetivo posesivo sobre nuestros seres queridos, nos olvidamos de ellos dando por sentado que "el ya sabe que es mi amigo y que lo quiero". El peor de los casos es cuando se mantienen las relaciones por el famoso titulito; esas típicas historias de "llevo varios años con mi novio y ya no puedo dejarlo". Aún más nefastas son esas amistades que duran años por costumbre, más que por méritos.
No sigamos viviendo entre títulos, empecemos a portarnos como amigos y novios de verdad. Recordemos que todo en esta vida, más allá del compromiso, es cuestión de actitud. Seamos merecedores de los títulos que nos han otorgado y, lo más importante, correspondamos el cariño y las responsabilidades que acarrea el ser amigo o pareja de alguien.
Cuando analizamos en frío la conducta humana, podemos ver que todas las relaciones y demás "compromisos" están basados en actos meramente simbólicos. Empezando por el dinero, pasando por la amistad y terminando en el matrimonio; todo en esta vida es netamente representativo. Tú casa te pertenece sólo porque un "papel" así lo dice, lo mismo con el "título" de estudiante cuando te gradúas y ni hablar de la cedula de identidad. Nacemos y lo primero que hacen es sacarnos la partida de nacimiento; de igual forma, al morir, inclusive, antes de enterrar alguien, primero se debe sacar la bendita acta de defunción. Como podrán ver, no hay que ser muy erudito para darse cuenta que todo en esta vida empieza y termina con un papel... si hablamos en el marco legal, claro está.
Alejándonos un poco del ámbito del "papel", todas las relaciones básicas de los seres humanos -véase la amistad, el noviazgo y el matrimonio- están basadas en promesas, en contratos simbólicos que se firman mediante la palabra y sólo se hacen validos con las acciones. El problema radica en que hemos puesto el título por encima de la actitud; todo gracias a esa necesidad enfermiza de los humanos por poseer; por ese deseo malsano de poder usar el adjetivo posesivo "mío" antes del título que se le asigne a un ser querido. Es precisamente el bendito "título" el que daña las relaciones y corrompe los cimientos de lo único que es puro en los seres humanos: los sentimientos.
Dos personas pueden amarse hasta la medula, caminar agarrados de manos, imaginar una vida juntos, pero aún así no son nada hasta que alguno de los dos pronuncie las palabras mágicas: ¿Quieres ser mi novia? -y cito el ejemplo en femenino por ese cliché barato de que el chico debe hacer siempre la famosa propuesta-. ¿Acaso el título de novios es realmente necesario para que dos personas se amen y sean felices?, no lo creo. Además, el problema no radica en si se otorga o no un título a una relación, total, ser novios es una actitud; la cuestión está en que, la mayoría de las veces, le dejamos todo al título. Sin ir muy lejos, todos nos hemos dado cuenta como al principio de una relación las dos personas dan lo mejor de si, basta que sean novios, que todo se "consolide", para que bajen la guardia y dejen el romance a un lado.
Sin darnos cuenta, en la mayoría de las relaciones, le hemos dejado todo al título. Una vez que obtenemos el tan preciado adjetivo posesivo sobre nuestros seres queridos, nos olvidamos de ellos dando por sentado que "el ya sabe que es mi amigo y que lo quiero". El peor de los casos es cuando se mantienen las relaciones por el famoso titulito; esas típicas historias de "llevo varios años con mi novio y ya no puedo dejarlo". Aún más nefastas son esas amistades que duran años por costumbre, más que por méritos.
No sigamos viviendo entre títulos, empecemos a portarnos como amigos y novios de verdad. Recordemos que todo en esta vida, más allá del compromiso, es cuestión de actitud. Seamos merecedores de los títulos que nos han otorgado y, lo más importante, correspondamos el cariño y las responsabilidades que acarrea el ser amigo o pareja de alguien.
"El poseer no existe, existe solamente ser" Franz Kafka
martes, agosto 02, 2005
Los pecados capitales: ¿Un absurdo?
Muchos de mis amigos y allegados conocen perfectamente mi postura heterodoxa hacia la religión cristiana. Creo en Dios, rezo todos los días antes de dormir pero estoy en desacuerdo con cientos de cosas que la iglesia hace hoy en día... no soy el único que piensa así. En los últimos años se ha venido incrementado la población que está "en contra" de la iglesia pero a favor de la religión. El punto de este post no tiene que ver con mis posturas religiosas pero si tienen que ver con el tema en cuestión. Antes de empezar, quisiera disculparme de antemano con cualquier fanático o seguidor acérrimo del catolicismo que frecuente mi blog.
Este ensayo, teoría sin sentido, disparate, o como quieran llamarlo, viene acechándome desde hace mucho tiempo y por fin me he decidido a escribirlo. Todos, sin importar nuestra religión, hemos escuchado hablar sobre los 7 pecados capitales: avaricia, envidia, gula, ira, lujuria, pereza y soberbia. "Acuñados" por Santo Tomás de Aquino -que buscaba puntualizar cuales eran los sentimientos que corrompían el alma de los seres humanos-, los 7 pecados capitales, se han vuelto tan "sagrados" como cualquier palabra escrita en la Biblia. En teoría, todos sabemos que es "malo" sentir envidia, ira, soberbia, entre otros, pero... ¿Se es realmente un pecador por sentir, dicho sea de paso, estos sentimientos?
Vamos caminando por la calle, una persona atractiva nos pasa por al lado y nos sonríe: ¿es realmente un pecado que tengamos un "mal" pensamiento al respecto?, no lo creo. Me niego a creer que Dios me castigará y me demonizará por sentir "cosas" cuando veo a una persona que me atrae; mucho menos cuando me deprimo y empiezo a comer por comer; ni hablar de los ataques de ira que todos sufrimos a diario cuando estamos enfrascados en algún embotellamiento. Es imposible que una religión busque eliminar nuestros impulsos, más difícil aún que nos castigue por sentir cosas. Nadie puede dominar lo que siente, mucho menos lo que piensa o dejar de pensar. Podemos controlar nuestras acciones pero nunca podremos dominar nuestros sentidos.
Para mis usos personales, una religión o ley que intente anular nuestros impulsos y sentimientos no es más que un sin sentido. Si bien es cierto que los 7 sentimientos que reúnen los pecados capitales no son los más "loables" que tenemos los seres humanos, también es cierto que es ridículo que se castigue a alguien por sentirlos. En mi modesta opinión, los 7 pecados capitales son los que definen al ser humano: todos, desde curas hasta asesinos en serio, hemos sentido alguna vez o en repetidas ocasiones un poco de envidia por la suerte de otros -sobre todo cuando esa suerte es injusta-, de igual forma, nos hemos atragantado comiendo hasta más no poder, hemos sentido bajas pasiones, ¿quién no quiere tener más dinero del que tiene?, más de una vez le hemos salido con una patada a alguien, ni hablar de los ataques de ira que se pueden llegar a sentir frente a una injusticia y, no podía faltar, la pereza de levantarnos día a día para ir a un trabajo que detestamos.
Si mi esposa sale en mi noche de bodas con un traje de cuero, un látigo y vestida muy sexy, ¿soy malo por querer hacerle el amor hasta más no poder?; ¿acaso Dios me odia cada vez que me deprimo y devoro cientos de chocolates?; ¿Dios se ofende cada vez que toco corneta en una cola?; ¿es realmente malo que haya días en que me de fastidio ir a la universidad?, yo pienso que no. Dios nos dio la facultad de pensar, de sentir, de existir. Es totalmente absurdo que se quiera castigar a alguien por hacer lo único que nos convierte en seres humanos: sentir.
En nuestros tiempos, la religión se ha ido a pique por perder aquella "nobleza" del ideal que, en teoría, profesaban. Las iglesias fueron creadas para orientar, para guiar a los seres humanos, no para castigarlos e imponerles normas sin sentido que ni siquiera el ente rector cumple. Por convertirse en "el opio de la sociedad" -citando a Marx- y por querer dominar el mundo, la religión se ha vuelto la empresa más vil creada alguna vez por un ser humano... pero eso ya es harina de otro costal, puede que otro día les exponga mis concepciones sobre la religión. Gracias a Dios no estoy en la edad media, sino, hace años me hubiesen quemado en la hoguera.
Este ensayo, teoría sin sentido, disparate, o como quieran llamarlo, viene acechándome desde hace mucho tiempo y por fin me he decidido a escribirlo. Todos, sin importar nuestra religión, hemos escuchado hablar sobre los 7 pecados capitales: avaricia, envidia, gula, ira, lujuria, pereza y soberbia. "Acuñados" por Santo Tomás de Aquino -que buscaba puntualizar cuales eran los sentimientos que corrompían el alma de los seres humanos-, los 7 pecados capitales, se han vuelto tan "sagrados" como cualquier palabra escrita en la Biblia. En teoría, todos sabemos que es "malo" sentir envidia, ira, soberbia, entre otros, pero... ¿Se es realmente un pecador por sentir, dicho sea de paso, estos sentimientos?
Vamos caminando por la calle, una persona atractiva nos pasa por al lado y nos sonríe: ¿es realmente un pecado que tengamos un "mal" pensamiento al respecto?, no lo creo. Me niego a creer que Dios me castigará y me demonizará por sentir "cosas" cuando veo a una persona que me atrae; mucho menos cuando me deprimo y empiezo a comer por comer; ni hablar de los ataques de ira que todos sufrimos a diario cuando estamos enfrascados en algún embotellamiento. Es imposible que una religión busque eliminar nuestros impulsos, más difícil aún que nos castigue por sentir cosas. Nadie puede dominar lo que siente, mucho menos lo que piensa o dejar de pensar. Podemos controlar nuestras acciones pero nunca podremos dominar nuestros sentidos.
Para mis usos personales, una religión o ley que intente anular nuestros impulsos y sentimientos no es más que un sin sentido. Si bien es cierto que los 7 sentimientos que reúnen los pecados capitales no son los más "loables" que tenemos los seres humanos, también es cierto que es ridículo que se castigue a alguien por sentirlos. En mi modesta opinión, los 7 pecados capitales son los que definen al ser humano: todos, desde curas hasta asesinos en serio, hemos sentido alguna vez o en repetidas ocasiones un poco de envidia por la suerte de otros -sobre todo cuando esa suerte es injusta-, de igual forma, nos hemos atragantado comiendo hasta más no poder, hemos sentido bajas pasiones, ¿quién no quiere tener más dinero del que tiene?, más de una vez le hemos salido con una patada a alguien, ni hablar de los ataques de ira que se pueden llegar a sentir frente a una injusticia y, no podía faltar, la pereza de levantarnos día a día para ir a un trabajo que detestamos.
Si mi esposa sale en mi noche de bodas con un traje de cuero, un látigo y vestida muy sexy, ¿soy malo por querer hacerle el amor hasta más no poder?; ¿acaso Dios me odia cada vez que me deprimo y devoro cientos de chocolates?; ¿Dios se ofende cada vez que toco corneta en una cola?; ¿es realmente malo que haya días en que me de fastidio ir a la universidad?, yo pienso que no. Dios nos dio la facultad de pensar, de sentir, de existir. Es totalmente absurdo que se quiera castigar a alguien por hacer lo único que nos convierte en seres humanos: sentir.
En nuestros tiempos, la religión se ha ido a pique por perder aquella "nobleza" del ideal que, en teoría, profesaban. Las iglesias fueron creadas para orientar, para guiar a los seres humanos, no para castigarlos e imponerles normas sin sentido que ni siquiera el ente rector cumple. Por convertirse en "el opio de la sociedad" -citando a Marx- y por querer dominar el mundo, la religión se ha vuelto la empresa más vil creada alguna vez por un ser humano... pero eso ya es harina de otro costal, puede que otro día les exponga mis concepciones sobre la religión. Gracias a Dios no estoy en la edad media, sino, hace años me hubiesen quemado en la hoguera.
miércoles, julio 27, 2005
En la noche...
En un par de días -este 29 de julio- cumplo años. Soy de las personas que les pega una especie de depresión "pre cumpleaños"; cada vez que pasa un año más en mi calendario, hago un balance de todo lo que hice y deje de hacer, este año, el saldo está a mi favor. Aunque el futuro se ve más alentador que mi pasado, no puedo dejar de sentirme mal. Es increíble como una simple derrota puede opacar todas las victorias obtenidas... Quería hablar de muchas cosas hoy, temas que seguro tocaré tarde o temprano. Ningún ensayo, ningún post podría definir como estoy. Lo único que, remotamente, se acerca a lo que siento es este pedacito de mi novela. Empezó siendo un párrafo, pero una vez que lo copié acá le agregue muchas cosas hasta convertirlo en este "gran" fragmento, que, después de todo, no forma parte de nada. No pretendo que lo disfruten, mucho menos que lo lean entero, sólo necesitaba escribirlo. Como diría Eduardo Liendo, "No escribimos la novela que queremos, sino la que podemos".
Un rayo iluminó mi cuarto y un estruendo sacudió mi cuerpo; me despierto sudando. Haciendo las sabanas a un lado, llevo mis manos a la cara; empiezan a brotar lágrimas de mis ojos: una vez más, maldigo mi existencia -si es que a este estado entre la vida y la muerte se le puede llamar así-. Es medianoche, todo está completamente oscuro. A cada instante un rayo enciende mi habitación, mostrándome la puerta de salida, enseñándome por donde debo huir.
Las sombras, esos terribles fantasmas que me persiguen, no paran de acosarme. Reviven mi amor perdido en cada sueño y lo repiten una y otra vez en una morbosa sucesión que no para de dañarme y quitarme la vida a cada instante. Ya no quiero dormir, simplemente no puedo dormir más. Cada vez los sueños son más nítidos y reales, convirtiéndose ellos en mis mayores verdugos. Cierro los ojos y estoy a su lado: sintiendo sus labios, captando su delicioso olor y escuchando su delicada risa. Me levanto de la cama y dando tumbos salgo de mi cuarto. Cierro los ojos y tapo mis oídos, tropezándome con todo, bajo por las escaleras y atravieso la biblioteca. Siento estantes y mesas golpeando mis piernas y brazos; hilos de sangre recorren mi cuerpo casi desnudo. No siento el dolor físico, sólo hileras de calor que caen de mi cuerpo como suicidas de un risco.
Fuera de mí, salgo a la calle. Un dolor indescriptible oprime mi pecho. Algo peor que la tisis, más doloroso que cualquier enfermedad jamás sentida por el hombre. Es una espada que, atravesando mi pecho, llega hasta mi corazón para destrozarlo. Puedo sentir su acción sobre mí. No paro de llorar, mucho menos de dejar de cubrirme con mis manos. Mi alma está desgarrada, mi corazón despedazado; ella, la que alguna vez le dio vida, hoy se encargó de quitársela. Caigo en el suelo, no para de llover. Las calles están vacías, todos huyen de la lluvia: escapan de la limpieza. Yo soy diferente. Me retuerzo en el suelo, abro mis brazos y miro al cielo esperando una respuesta. Maldigo a Dios, maldigo al amor, a mi propia existencia, maldigo a este maldito mundo que sólo me ha hecho sufrir.
Quiero limpiarme, que el agua entré dentro de mí y se lleve toda esta suciedad que me carcome a cada instante; que lave su recuerdo, que purifique mi sangre y mi alma de tantos coágulos, de tanto dolor. La tempestad arrecia, las gotas dejan de ser caricias sobre mi cuerpo y se convierten en pequeños vidrios que se estrellan a toda prisa sobre mí. Siento pequeñas astillas clavándose en mi cuerpo, atravesándolo. Cada trozo es un recuerdo, un momento que revivo en fracciones de segundos. Así, en un instante, vivo una y otra vez nuestra historia. Me arrodillo en el suelo y golpeo mi cabeza contra el suelo empedrado. Quiero que se acaben las sensaciones, que el tiempo se detenga y que los recuerdos se pierdan. Me levanto y casi arrodillado corro a toda prisa, intentando huir de este laberinto sin salida.
Corro desesperado, atravesando las calles empedradas de este maldito pueblo que destruyó mi vida. Sin pensarlo, miró hacia atrás y, como era de esperarse, allí está ella: hierática, sonriendo con morbosa complacencia, deleitándose con mí huida. Siempre es en vano, por más que corra, nunca podré escapar de su recuerdo. Llego a un precipicio y me detengo, sin embargo ella avanza hacia mí. La miro a los ojos, suplicándole que me deje en paz, que deje de perseguirme. Ella sonríe y acaricia mi rostro; en un instante nos fundimos en un beso apasionado, uno de esos que nunca más, nunca más, se repetirán. Acto seguido, con una sonrisa perversa, me empuja hacia el precipicio. Sin mover un sólo músculo caigo, me pierdo en el vacío, poco a poco dejo de ver su tez pálida contemplándome desde lo alto. Un estruendo sacude mi cuerpo, me despierto sudando. Las gotas golpean los vidrios obligándome a despertar. Llevo mis manos a la cara y empiezo a llorar una vez más, maldiciendo otro escape fallido, maldiciendo mi fútil existencia...
Fragmento de "Las plumas del cuervo", Luis Bond
Un rayo iluminó mi cuarto y un estruendo sacudió mi cuerpo; me despierto sudando. Haciendo las sabanas a un lado, llevo mis manos a la cara; empiezan a brotar lágrimas de mis ojos: una vez más, maldigo mi existencia -si es que a este estado entre la vida y la muerte se le puede llamar así-. Es medianoche, todo está completamente oscuro. A cada instante un rayo enciende mi habitación, mostrándome la puerta de salida, enseñándome por donde debo huir.
Las sombras, esos terribles fantasmas que me persiguen, no paran de acosarme. Reviven mi amor perdido en cada sueño y lo repiten una y otra vez en una morbosa sucesión que no para de dañarme y quitarme la vida a cada instante. Ya no quiero dormir, simplemente no puedo dormir más. Cada vez los sueños son más nítidos y reales, convirtiéndose ellos en mis mayores verdugos. Cierro los ojos y estoy a su lado: sintiendo sus labios, captando su delicioso olor y escuchando su delicada risa. Me levanto de la cama y dando tumbos salgo de mi cuarto. Cierro los ojos y tapo mis oídos, tropezándome con todo, bajo por las escaleras y atravieso la biblioteca. Siento estantes y mesas golpeando mis piernas y brazos; hilos de sangre recorren mi cuerpo casi desnudo. No siento el dolor físico, sólo hileras de calor que caen de mi cuerpo como suicidas de un risco.
Fuera de mí, salgo a la calle. Un dolor indescriptible oprime mi pecho. Algo peor que la tisis, más doloroso que cualquier enfermedad jamás sentida por el hombre. Es una espada que, atravesando mi pecho, llega hasta mi corazón para destrozarlo. Puedo sentir su acción sobre mí. No paro de llorar, mucho menos de dejar de cubrirme con mis manos. Mi alma está desgarrada, mi corazón despedazado; ella, la que alguna vez le dio vida, hoy se encargó de quitársela. Caigo en el suelo, no para de llover. Las calles están vacías, todos huyen de la lluvia: escapan de la limpieza. Yo soy diferente. Me retuerzo en el suelo, abro mis brazos y miro al cielo esperando una respuesta. Maldigo a Dios, maldigo al amor, a mi propia existencia, maldigo a este maldito mundo que sólo me ha hecho sufrir.
Quiero limpiarme, que el agua entré dentro de mí y se lleve toda esta suciedad que me carcome a cada instante; que lave su recuerdo, que purifique mi sangre y mi alma de tantos coágulos, de tanto dolor. La tempestad arrecia, las gotas dejan de ser caricias sobre mi cuerpo y se convierten en pequeños vidrios que se estrellan a toda prisa sobre mí. Siento pequeñas astillas clavándose en mi cuerpo, atravesándolo. Cada trozo es un recuerdo, un momento que revivo en fracciones de segundos. Así, en un instante, vivo una y otra vez nuestra historia. Me arrodillo en el suelo y golpeo mi cabeza contra el suelo empedrado. Quiero que se acaben las sensaciones, que el tiempo se detenga y que los recuerdos se pierdan. Me levanto y casi arrodillado corro a toda prisa, intentando huir de este laberinto sin salida.
Corro desesperado, atravesando las calles empedradas de este maldito pueblo que destruyó mi vida. Sin pensarlo, miró hacia atrás y, como era de esperarse, allí está ella: hierática, sonriendo con morbosa complacencia, deleitándose con mí huida. Siempre es en vano, por más que corra, nunca podré escapar de su recuerdo. Llego a un precipicio y me detengo, sin embargo ella avanza hacia mí. La miro a los ojos, suplicándole que me deje en paz, que deje de perseguirme. Ella sonríe y acaricia mi rostro; en un instante nos fundimos en un beso apasionado, uno de esos que nunca más, nunca más, se repetirán. Acto seguido, con una sonrisa perversa, me empuja hacia el precipicio. Sin mover un sólo músculo caigo, me pierdo en el vacío, poco a poco dejo de ver su tez pálida contemplándome desde lo alto. Un estruendo sacude mi cuerpo, me despierto sudando. Las gotas golpean los vidrios obligándome a despertar. Llevo mis manos a la cara y empiezo a llorar una vez más, maldiciendo otro escape fallido, maldiciendo mi fútil existencia...
Fragmento de "Las plumas del cuervo", Luis Bond
miércoles, julio 20, 2005
¿Tolerantes o acostumbrados?
¿Qué tan podrida está la sociedad? Ésta es una de las interrogantes, sin respuesta -vale la pena acotar-, que se plantean en nuestro nuevo siglo. Aunque, en teoría, hemos "evolucionado" y "progresado" -si es que puede hablarse en estos términos-, el hombre ha llegado a un estado de decadencia deplorable. Podemos viajar a Marte, clonar gente, Internet inalámbrico en todos lados, celulares que te hacen la tarea, pero... ¿de qué nos sirve tanto "avance" si actuamos como dementes? Nos hemos enloquecido con tanta tecnología, filosofía barata y con todo este falso progreso. ¿Los culpables?, nosotros mismos. ¿Razones?, una falsa tolerancia que se ha vuelto costumbre.
Desde que entramos en el siglo XX empezamos a confundir términos: el diálogo con la retórica, el progreso con la evolución, la guerra con la paz, pero, sobre todas las cosas, la tolerancia con la costumbre. Hagan un ejercicio, todos los días o una vez a la semana -depende de su nivel de "sensibilidad"- prendan la tele y vean Al rojo vivo o Primer impacto, sino, abran el periódico en la página de sucesos y échenle un vistazo. Encontrarán muertos por doquier. No hablo de guerra, mucho menos de crímenes comunes -si se puede utilizar dicho adjetivo para un crimen-; me refiero a un pandemonium, al Apocalipsis. Me atrevo a decir que el infierno es nuestro día a día.
Un padre viola a su hija y mata a su esposa; Brad Pitt sale con Nicolle Kidman; violador de niños es buscado por la policía; clonaron a un ejército completo en Rusia; asesino en serie de ancianas huye de nuevo; estudios descubren que el chocolate causa acné; linchan a ladrones en algún pueblo de Perú; vuelve la locura de las faldas a Londres; consiguen descuartizado el cadáver de una mujer embarazada; se invierten 1000 millones de dólares para viajar a Marte; mueren miles de niños en África a diario; padre de familia mata a sangre fría a su hermano; los videojuegos causan adicción en los niños; mueren más inocentes en Irak; Bush gana las elecciones de nuevo. Bienvenidos a nuestra realidad, esto es lo que somos.
Nos hemos acostumbrado a escuchar crímenes y vivir entre ellos. Lo peor es que hemos permitido todo eso, lo toleramos. Dejamos que los crímenes se repitieran, que la justicia se perdiera y que el "sistema" -creado por nosotros mismos, vale la pena acotar- no funcione. Maldecimos a la policía, maldecimos los gobiernos, maldecimos a la humanidad, pero olvidamos que nosotros somos los culpables. Entre más avanza el tiempo, más organizaciones en "pro" de la paz y la justicia se crean; más parlamento, más diálogo, misma basura. Nadie hace nada, y todo se va perdiendo.
El arte, una de las pocas expresiones nobles que nos quedan, también se ha corrompido. En cualquier espacio de "arte y espectáculos" le dedican más páginas al supuesto romance de los protagonistas de cualquier film que a la película en sí. Se meten en la vida privada de un escritor, la destruyen, lo satanizan, pero nunca reseñan ni un párrafo de su nuevo libro. Nos importa más la vida de un creador que su obra. ¿Qué importa si fulanito canta bien?, lo que vende es que se haya acostado con la esposa de tal. Nosotros hemos prostituido el arte, nuestro único escape de la realidad. Lo peor es que nos gusta. Apoyamos películas comerciales, compramos el nuevo CD del último cantante difamado por los medios, ni hablar de escribir a los periódicos pidiendo más información sobre el romance gay entre actores de Hollywood. Pedimos a gritos conocer más escándalos para saciar nuestro cochino deseo, nuestro fetiche de conocer la vida ajena.
Es la segunda vez que toco el tema de la perversión humana. Podría tocarlo mil veces si fuese necesario, porque algo tenemos que hacer. Somos la semilla de nuestra propia destrucción. Semilla que hemos alimentado a diario, pidiendo a gritos más sangre en los noticieros, destruyendo nuestro arte; tolerando que se nos bombardee con tanta basura y, lo más aterrador, acostumbrándonos a vivir entre ella.
Desde que entramos en el siglo XX empezamos a confundir términos: el diálogo con la retórica, el progreso con la evolución, la guerra con la paz, pero, sobre todas las cosas, la tolerancia con la costumbre. Hagan un ejercicio, todos los días o una vez a la semana -depende de su nivel de "sensibilidad"- prendan la tele y vean Al rojo vivo o Primer impacto, sino, abran el periódico en la página de sucesos y échenle un vistazo. Encontrarán muertos por doquier. No hablo de guerra, mucho menos de crímenes comunes -si se puede utilizar dicho adjetivo para un crimen-; me refiero a un pandemonium, al Apocalipsis. Me atrevo a decir que el infierno es nuestro día a día.
Un padre viola a su hija y mata a su esposa; Brad Pitt sale con Nicolle Kidman; violador de niños es buscado por la policía; clonaron a un ejército completo en Rusia; asesino en serie de ancianas huye de nuevo; estudios descubren que el chocolate causa acné; linchan a ladrones en algún pueblo de Perú; vuelve la locura de las faldas a Londres; consiguen descuartizado el cadáver de una mujer embarazada; se invierten 1000 millones de dólares para viajar a Marte; mueren miles de niños en África a diario; padre de familia mata a sangre fría a su hermano; los videojuegos causan adicción en los niños; mueren más inocentes en Irak; Bush gana las elecciones de nuevo. Bienvenidos a nuestra realidad, esto es lo que somos.
Nos hemos acostumbrado a escuchar crímenes y vivir entre ellos. Lo peor es que hemos permitido todo eso, lo toleramos. Dejamos que los crímenes se repitieran, que la justicia se perdiera y que el "sistema" -creado por nosotros mismos, vale la pena acotar- no funcione. Maldecimos a la policía, maldecimos los gobiernos, maldecimos a la humanidad, pero olvidamos que nosotros somos los culpables. Entre más avanza el tiempo, más organizaciones en "pro" de la paz y la justicia se crean; más parlamento, más diálogo, misma basura. Nadie hace nada, y todo se va perdiendo.
El arte, una de las pocas expresiones nobles que nos quedan, también se ha corrompido. En cualquier espacio de "arte y espectáculos" le dedican más páginas al supuesto romance de los protagonistas de cualquier film que a la película en sí. Se meten en la vida privada de un escritor, la destruyen, lo satanizan, pero nunca reseñan ni un párrafo de su nuevo libro. Nos importa más la vida de un creador que su obra. ¿Qué importa si fulanito canta bien?, lo que vende es que se haya acostado con la esposa de tal. Nosotros hemos prostituido el arte, nuestro único escape de la realidad. Lo peor es que nos gusta. Apoyamos películas comerciales, compramos el nuevo CD del último cantante difamado por los medios, ni hablar de escribir a los periódicos pidiendo más información sobre el romance gay entre actores de Hollywood. Pedimos a gritos conocer más escándalos para saciar nuestro cochino deseo, nuestro fetiche de conocer la vida ajena.
Es la segunda vez que toco el tema de la perversión humana. Podría tocarlo mil veces si fuese necesario, porque algo tenemos que hacer. Somos la semilla de nuestra propia destrucción. Semilla que hemos alimentado a diario, pidiendo a gritos más sangre en los noticieros, destruyendo nuestro arte; tolerando que se nos bombardee con tanta basura y, lo más aterrador, acostumbrándonos a vivir entre ella.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)